Martes, 14 de Octubre de 2025

Pablo Jerez Sabater
Sábado, 25 de Marzo de 2017
Un homenaje a la figura de un pescador, Paco 'Vaca', a través de la memoria de su hijo y escrita por su nieto

La pesca artesanal en San Sebastián de La Gomera

Francisco Jerez, más conocido como Paco 'Vaca', en plena faena frente a la costa norte de la isla
Partamos de los tiempos de la Guerra Civil. Situémonos en el año 1936. En aquellos momentos no existía aún el motor y los pescadores iban a faenar a remo.

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Es entonces cuando aparece la figura de Paco Vaca, un marino hecho a sí mismo, un personaje inolvidable del pueblo de San Sebastián, mi abuelo. Me siento con mi padre a conversar de aquellos tiempos, de cómo era la pesca, de cómo eran sus recuerdos de infancia en los que él, al tiempo que estudiaba, acompañaba a su padre a faenar y esto es lo que me contó. Valga aquí este pequeño homenaje a su figura y a los modos y usos de la tradición de la pesca artesanal en la Villa.


"Las semanas las pasaba pescando y, diariamente, el pescado que capturaban iban a venderlo a Hermigua o a Vallehermoso. Eran tiempos en los que existía el trueque por papas, batatas o verduras. Cuando regresaban, el último día, el pescado se traía a San Sebastián", me cuenta. Luego ya vino el motor, y con él los pescadores ya faenaban fuera de la costa y allí encontraron nuevos bancos y dejaban de pescar una semana e iban solo 2 o 3 días. "Poco a poco fue desapareciendo el trueque y las mujeres de la familia, con las capturas, se las echaban a la cabeza y atravesaban el barranco o iban a Hermigua a vender el pescado, aunque habían familias pobres que no podían pagar el pescado, entonces el intercambio de productos volvía a aparecer", recuerda sentado en un sillón con la memoria de quien echa la mirada atrás a cómo era la vida en La Gomera hace 50 años.


La pesca entonces se hacía en grupos y una de las costumbres era el marcaje (las marcas) de dos o tres puntos en aquellos días en los que las capturas eran buenas. Aprovechando el tiempo de las calmas, se iba al sur a la época de los atunes, que se vendían a las fábricas de La Rajita o La Cantera. "Allí se pasaban 15 o 20 días –recuerda- y luego regresaban a casa y, a veces, se encontraban con algún hijo recién nacido que no conocían y que luego era registrado semanas más tarde de haber nacido, como es mi caso", me explica. No toda la captura se vendía, algo también se traía para casa.

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Sin embargo, la vida era extraordinariamente dura. Si se tenían terrenos para cultivar, la familia podía escapar más o menos. Para un pescador, si no habían capturas o si no se salía a faenar, no se comía, no había qué llevarse a la boca y había que recurrir a lo poco que los vecinos podían compartir. "Fueron tiempos de hambre y de miseria, tiempos duros y de penurias", recuerda con pesar.


 
También estaba la época del chicharro o de la caballa. El barco salía por la tarde hacia La Rajita o La Cantera, donde un barco grande tenía una gran red y los pescadores le ayudaban a cambio de recibir parte de las capturas. Prácticamente esa era la vida de un pescador.


En cuanto al proceso, a los útiles de pesca, para los calamares se empleaban poteras que se fabricaban con plomo y alfileres. Para la pesca de fondo, a más de 100 metros de profundidad, se utilizaba alambre fino. El nylon se utilizaba poco, sobre todo para la pesca de poco fondo. Para la costa, para capturar viejas o fulas blancas, se usaba la pandorga.


"Era muy bonito ver el chinchorro, unas redes que se usaban en las playas. Se arrastraba el pescado y allí estaban las sardinas de tierra, que se cogían así", recuerda.


Si el tiempo estaba bueno, la gente salía a "calamarear" por fuera del Cabrito o La Guancha, le decían "la costa del sol", señala. Cuando los marinos iban al médico llevaban consigo botellas llenas de lapas o burgados. Cuando cogían algún pescado diferente, exquisito, como un pámpano fino o una brota, siempre se le vendía a los peninsulares que vivían en la Villa, raramente se lo llevaban para sus casas. "Eran los únicos que podían pagarlo bien", me dice.


A veces, durante la semana, si el tiempo estaba bueno, si iban a pescar todos los días, llegaba el momento del reparto, donde se le daba a cada persona una parte y al barco otra. Se restaba la parte de los gastos y el resto se repartía. Se dejaba un pequeño remanente que normalmente era para comprar vino para celebrar la pesca y se acompañaba con una morena "jareada" o caballas que dejaban de las capturas.


De su padre, de mi abuelo, recuerda que una vez apareció en San Sebastián con un pez aguja que tendría en torno a 150 o 200 kilos. Estando en alta mar, vio una pelea entre dos ejemplares, y al que quedó moribundo, lo ató al barco y lo arrastró a la costa. Una anécdota que no olvida se produjo cuando su padre tenía 65 o 70 años. "Entonces –recuerda- cuando pescaba el motor encendido y una vez se le quedó parado por Hermigua. Él solo cogió los remos y comenzó a remar hacia San Sebastián. Como estaba tardando, salieron a buscarlo y, cuando varios compañeros iban por La Cueva, allí lo vieron asomar por la punta de San Cristóbal; era un hombre extraordinario".

 

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