Martes, 21 de Octubre de 2025

Leoncio Bento Bravo
Jueves, 26 de Septiembre de 2024

Empacho

En estos postreros años por los que afortunadamente atravieso, no logro evitar que se intensifiquen los recuerdos y aumente la nostalgia de vivencias de una época, lejana ya, en la que muy poco o nada es comparable a los convulsos tiempos que sociológicamente nos está tocando vivir en la actualidad. Sin caer en el tópico de la proverbial frase cualquier tiempo pasado fue mejor, acuden a mi memoria diversos episodios de frecuente presencia en las familias y en la comunidad vecinal de entonces, alguno de los cuales creo merece la pena poner en valor para conocimiento de las nuevas generaciones.


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Leoncio Bento Bravo

 

El empacho es uno de ellos. Si nos acercamos al diccionario, el término viene definido como cortedad, vergüenza, dificultad, obstáculo, estorbo, pero hasta donde yo sé, en Agulo nunca se le dio esta utilidad de corte tan académico; todo lo contrario, se relacionó siempre con su acepción más popular: la de un trastorno del aparato digestivo como consecuencia de una transgresión alimentaria por exceso o por mal estado de la misma.

 

Eran tiempos complicados aquellos y los medios bastante escasos, por lo que la pléyade de chavales de aquella época que, por cierto, era muy numerosa, recurríamos en nuestras correrías por los alrededores del pueblo a la sustracción de diferentes productos alimenticios de temporada, plátanos, higos de leche, nísperos, duraznos, con los que, de forma apresurada, no solo llenábamos la panza, sino que también poníamos en valor nuestra habilidad para sortear la vigilancia de los dueños. De verdad, que no sabría decir qué resultaba más placentero para nuestro juvenil ego, si el hecho en sí del pequeño hurto, o el disfrute de salir por piernas. Pero, hete aquí que, con frecuencia, semejante coyuntura tenía consecuencias; por un lado, el malestar general y el fuerte dolor de barriga que nos asediaba a las pocas horas de lo sucedido, y por otro la sentencia inequívoca de la abuela o de la madre de que todo era consecuencia de un empacho. Los recursos caseros del agua guisada, un masaje en la barriga y, en ocasiones, un santiguado presencial o a distancia, junto a alguna que otra vomitera, dicho sea de paso, daban fin al desagradable episodio.


Cuando hoy en día reflexiono con detenimiento sobre la actitud y el comportamiento de la población infantojuvenil y de los contextos familiares, no me queda más remedio que sorprenderme y elucubrar sobre las diferencias existentes entre lo de antes y lo de ahora. El empacho sigue existiendo en la actualidad, no cabe duda, pero las causas ya no son los productos naturales sustraídos, a veces por necesidad y a veces por la pillería. Ahora entran en juego el chocolate, la nocilla, las gominolas, la bollería y un sinfín más de abundantes productos que atiborran las estanterías de los múltiples supermercados que nos rodean, la mayoría sobrados de grasas y azúcares poco recomendables para una buena salud. Y qué decir de la forma y manera de tratarlo. Por lo general, los remedios caseros y la curandería han pasado a mejor vida, y el médico y la farmacopea entran en acción para solucionar la situación.


Quizá, de manera un tanto imperceptible, la importancia del empacho físico esté pasando a un segundo plano, anulada por el empacho intelectual que sufre nuestro cerebro por la permanente influencia que ejercen en el mismo  la televisión, internet y las redes sociales. Y este empacho, sí que me parece peligroso y de difícil solución.


L. Bento

 

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