Sábado, 27 de Septiembre de 2025

Leoncio Bento Bravo
Viernes, 18 de Octubre de 2024

Agulo, pueblo bonito…y solidario

La solidaridad es una virtud permanentemente demandada en el día a día de la convivencia de los pueblos. Dentro de un mundo tan convulso como el que vivimos, es habitual que surjan infinidad de situaciones para que los habitantes del planeta puedan poner en práctica el espíritu solidario que, en teoría, todos llevamos dentro.

 

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Leoncio Bento Bravo

 

Pero no es de esta solidaridad colectiva o comunitaria, de trazo grueso, útil, loable y necesaria, sin duda, aunque todavía lejos de alcanzar unos estándares igualitarios entre los países ricos y los muchos que continúan viviendo en unos inaceptables índices de indigencia, de la que quiero escribir hoy, sino de la  solidaridad individual a pie de calle, la que nos inculcaron desde niños en el seno familiar y en las primeras etapas escolares, la que ejercitamos, sin apenas darnos cuenta, compartiendo no solo lo material, sino los sentimientos de amistad y apoyo moral en los momentos difíciles del transcurrir de la vida de las personas de nuestro entorno cercano.


He vivido recientemente, próximo a mi domicilio en Agulo, un acontecimiento que merece la pena resaltar y que es un buen ejemplo de lo que acabo de expresar. El relato es el siguiente: paseaban por las calles del pueblo dos turistas rumanas, más bien jóvenes, risueñas y con cara de felicidad.

 

En una buganvilla de color violeta en plena floración, situada junto al depósito de agua de riego existente enfrente del restaurante Tomasín, uno de los varios rincones que adornan al etiquetado, oficialmente, como uno de los pueblos bonitos de España, se pararon las dos mujeres para una sesión de fotos con el teléfono móvil. Una de ellas, la más joven, se colocó a la sombra de la enredadera en flor en posición de modelo, y a la otra no se le ocurrió mejor idea para realizar la fotografía que poner el bolso de mano en el borde de la pared del estanque, sin caer en cuenta de que el mismo no tenía la suficiente anchura para sostenerlo.

 

El infortunio se cumplió y el bolso se precipitó al vacío, hundiéndose con los pasaportes, el dinero y demás enseres en los casi dos metros de nivel que ese día tenía el agua almacenada. No es difícil imaginar la cara de perplejidad, el disgusto y las incipientes lágrimas que de inmediato comenzaron a aflorar, sobre todo, en la autora del tremendo desaguisado. Para colmo de males, el idioma nada les ayudaba para pedir clemencia a los clientes de la terraza del restaurante y a los viandantes que a esa hora del mediodía transitaban por el lugar.

 

Con eficaces gestos, a trancas y barrancas, explicaron lo acontecido, y de inmediato, empleando diversos artilugios para rastrear el fondo, varios jóvenes del pueblo intentaron la búsqueda que, desgraciadamente, terminó en fracaso. El momento era tenso y las opiniones del qué hacer, cada vez más diversas entre los congregados. Se habló incluso de vaciar el agua, algo difícil de llevar a cabo al negarse el dueño, por pura lógica, al desperdicio de semejante volumen del líquido elemento en medio de la sequía que nos asola. Se contactó también con la guardia civil por si podía aportar alguna solución más profesional y el intento resultó igualmente fallido por la maldita burocracia de siempre.

 

El tiempo apremiaba pues las susodichas perdían el viaje de regreso al carecer de los pasaportes. Pero hete aquí, que la fortuna acostumbra colaborar en situaciones difíciles con la aparición de un ángel salvador. Al ver la desesperación y la angustia de las dos mujeres, un fornido y decidido joven del pueblo, se despojó de la vestimenta, se quedó con su Calvin Klein y se tiró al estanque para bucear e intentar la búsqueda directa, ayudándose de unas gafas de buceo cedidas por un vecino. Inmediatamente después, otro de los jóvenes que participaba en la faena, algo más timorato que el anterior, pienso yo, al observar el gesto de su compañero y para no ser menos, se lanzó también al agua y actuó conjuntamente con él. A los pocos minutos, la operación finalizó con éxito y el bolso fue entregado a su dueña, quien al instante transformó su semblante en una inusitada alegría abrazada a su compañera de viaje. Para más inri, una vecina  que presenciaba el desenlace, se ofreció para llevar el contenido del bolso a su casa y con el secador de pelo eliminar el mojado de algunos elementos del mismo.


En los estudios sociológicos sobre la solidaridad, se habla de la misma como un valor que debe fomentarse desde la infancia, ya que se considera el fundamento de otros importantes valores como la generosidad, el altruismo y la filantropía. Además, ejercitando la misma se logra desarrollar y mejorar las relaciones familiares y de amistad, basadas en la ayuda mutua, el apoyo, el respeto, la tolerancia y, lo que es más importante, se construye la base para actuar en proyectos solidarios más importantes. No habrá solidaridad a gran escala, si esta no se practica de forma individual desde pequeño.

 

Otra característica de este anhelado valor, es realizarlo sin recibir nada a cambio, y eso fue lo que sucedió esa mañana en Agulo. Las interfectas insistieron en dar dinero a los héroes del día, pero en todo momento ellos lo rechazaron. El único pago que recibieron a cambio de su solidario acto, fue un botellín de cerveza instantes después de salir del agua y una infinidad de abrazos y besos de las ya felices turistas.

 

El egoísmo y la pereza, enemigos acérrimos de la solidaridad, no aparecieron en esta ocasión. Todos los presentes actuaron de forma desinteresada; y aunque yo tenía claro, desde siempre, que Agulo además de un pueblo bonito era también un pueblo solidario, el insólito hecho acaecido esa mañana me lo ha reafirmado y me ha llenado de orgullo.

L. Bento

 

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