El juicio del ruido
En los próximos días, seremos testigos de un espectáculo cuyo guion parece ya escrito. Víctor de Aldama ha iniciado su estrategia de defensa: tirar de la manta y poner el ventilador al más puro estilo “mediador”, un personaje menos casposo que la versión canaria de Torrente, más elegante, pero igualmente grotesco.
![[Img #97301]](https://gomeraverde.es/upload/images/11_2024/8000_cristopher-marrero-670x431.jpg)
Lo que presenciaremos no será un ejercicio de transparencia, sino una maniobra calculada, diseñada para salpicar a tantos nombres como sea posible y diluir así su propia responsabilidad. Esta táctica recuerda a episodios como el caso Gürtel, donde los acusados, atrapados por la magnitud de las pruebas, buscaron desviar la atención señalando a otros. No es justicia; es teatro disfrazado de colaboración judicial, y nosotros, como sociedad, somos los espectadores complacientes de esta función.
Lo preocupante no es solo la estrategia del acusado, sino la maquinaria que se activa a su alrededor. Los medios de comunicación, especialmente los de “desinformación estratégica”, amplificarán cada declaración con titulares sensacionalistas, buscando clics en lugar de verdad. Las redes sociales harán el resto: juicios rápidos, condenas públicas y el aplauso colectivo al morbo disfrazado de información.
Entre el ruido y las acusaciones generalizadas, es importante recordar que detrás de cada señalamiento hay personas con historias, trayectorias y valores que no pueden ser reducidos al morbo mediático. La confianza no debe ser un acto ciego, pero tampoco podemos permitir que el peso de las sospechas arrase con las virtudes y logros de quienes han demostrado integridad en el pasado. Creo firmemente que la justicia se basa en pruebas y no en percepciones, y que cualquier valoración sobre la culpabilidad debe estar sustentada en hechos, no en titulares. Mientras se aclara esta situación, el respeto hacia las personas involucradas y la confianza en los principios de justicia son la única manera de actuar con dignidad como sociedad.
La presunción de inocencia, piedra angular de cualquier sistema democrático, será aplastada bajo el peso de este circo mediático, impulsado por intereses tan predecibles como despreciables.
¿Y qué ocurre con los señalados? ¿Con sus familias, sus vidas, su reputación, su salud? Tendrán que enfrentarse a un proceso extenuante, una lucha constante contra una marea turbia que confunde verdad con mentira, justicia con espectáculo. Sus nombres, una vez pronunciados en este escenario mediático, quedarán bajo el escrutinio público, sometidos a juicios rápidos y miradas inquisitivas que rara vez buscan comprender. Sus carreras se tambalearán, no por falta de méritos, sino por el peso de las sospechas que ahora los rodean. Para recuperar su honorabilidad, deberán abrirse paso entre el ruido, desmontar acusaciones que muchos ya dan por ciertas y resistir el desgaste emocional de reconstruir lo que las palabras de otros destruyeron con tanta facilidad.
El verdadero problema radica en nuestra indiferencia como sociedad. Consumimos estas noticias sin detenernos a cuestionar la veracidad de las acusaciones o los intereses detrás de ellas. Nos hemos convertido en cómplices del ruido, olvidando que el daño colateral de este tipo de estrategias no solo destruye vidas, sino que también socava la confianza en nuestras instituciones.
No podemos permitir que esta narrativa se normalice. Debemos exigir rigor, respeto a la presunción de inocencia y un enfoque en la búsqueda de la verdad, no en la creación de espectáculo. Porque mientras nos dejamos llevar por el ruido, las mentiras se esconden, los verdaderos culpables negocian y las víctimas —en este caso, las acusadas injustamente— quedan atrapadas en un sistema que parece diseñado para fallarles.
Hoy es el caso Aldama; mañana podría ser cualquier otro. Pero el patrón se repite y seguirá repitiéndose mientras sigamos mirando este teatro sin cuestionarlo. Es hora de apagar el ruido y encender la reflexión. La justicia no puede ser un escenario, ni la verdad un accesorio desechable en este circo tantas veces repetido.
Es posible que alguno de los señalados, hombre o mujer, sea culpable, y cuando eso ocurra, debe ser la justicia quien lo determine, no el ruido mediático ni las presiones políticas. Sin embargo, hay valores que trascienden cargos, ideologías y siglas: la dignidad y el respeto a la ciudadanía exigen que cualquier representante público que sepa haber cometido una falta grave dé un paso al costado.
Las responsabilidades no entienden de afiliaciones ni privilegios; la integridad debe estar siempre por encima de los intereses personales o partidistas. Quienes ejercen el poder deben vestirse por los pies, marcharse con dignidad y asumir las consecuencias de sus actos sin arrastrar consigo los principios de la institución ni las siglas que representan. Mientras tanto, como demócrata, seguiré creyendo en la presunción de inocencia como un derecho fundamental que debe prevalecer por encima del ruido y el esperpento.
Lo que presenciaremos no será un ejercicio de transparencia, sino una maniobra calculada, diseñada para salpicar a tantos nombres como sea posible y diluir así su propia responsabilidad. Esta táctica recuerda a episodios como el caso Gürtel, donde los acusados, atrapados por la magnitud de las pruebas, buscaron desviar la atención señalando a otros. No es justicia; es teatro disfrazado de colaboración judicial, y nosotros, como sociedad, somos los espectadores complacientes de esta función.
Lo preocupante no es solo la estrategia del acusado, sino la maquinaria que se activa a su alrededor. Los medios de comunicación, especialmente los de “desinformación estratégica”, amplificarán cada declaración con titulares sensacionalistas, buscando clics en lugar de verdad. Las redes sociales harán el resto: juicios rápidos, condenas públicas y el aplauso colectivo al morbo disfrazado de información.
Entre el ruido y las acusaciones generalizadas, es importante recordar que detrás de cada señalamiento hay personas con historias, trayectorias y valores que no pueden ser reducidos al morbo mediático. La confianza no debe ser un acto ciego, pero tampoco podemos permitir que el peso de las sospechas arrase con las virtudes y logros de quienes han demostrado integridad en el pasado. Creo firmemente que la justicia se basa en pruebas y no en percepciones, y que cualquier valoración sobre la culpabilidad debe estar sustentada en hechos, no en titulares. Mientras se aclara esta situación, el respeto hacia las personas involucradas y la confianza en los principios de justicia son la única manera de actuar con dignidad como sociedad.
La presunción de inocencia, piedra angular de cualquier sistema democrático, será aplastada bajo el peso de este circo mediático, impulsado por intereses tan predecibles como despreciables.
¿Y qué ocurre con los señalados? ¿Con sus familias, sus vidas, su reputación, su salud? Tendrán que enfrentarse a un proceso extenuante, una lucha constante contra una marea turbia que confunde verdad con mentira, justicia con espectáculo. Sus nombres, una vez pronunciados en este escenario mediático, quedarán bajo el escrutinio público, sometidos a juicios rápidos y miradas inquisitivas que rara vez buscan comprender. Sus carreras se tambalearán, no por falta de méritos, sino por el peso de las sospechas que ahora los rodean. Para recuperar su honorabilidad, deberán abrirse paso entre el ruido, desmontar acusaciones que muchos ya dan por ciertas y resistir el desgaste emocional de reconstruir lo que las palabras de otros destruyeron con tanta facilidad.
El verdadero problema radica en nuestra indiferencia como sociedad. Consumimos estas noticias sin detenernos a cuestionar la veracidad de las acusaciones o los intereses detrás de ellas. Nos hemos convertido en cómplices del ruido, olvidando que el daño colateral de este tipo de estrategias no solo destruye vidas, sino que también socava la confianza en nuestras instituciones.
No podemos permitir que esta narrativa se normalice. Debemos exigir rigor, respeto a la presunción de inocencia y un enfoque en la búsqueda de la verdad, no en la creación de espectáculo. Porque mientras nos dejamos llevar por el ruido, las mentiras se esconden, los verdaderos culpables negocian y las víctimas —en este caso, las acusadas injustamente— quedan atrapadas en un sistema que parece diseñado para fallarles.
Hoy es el caso Aldama; mañana podría ser cualquier otro. Pero el patrón se repite y seguirá repitiéndose mientras sigamos mirando este teatro sin cuestionarlo. Es hora de apagar el ruido y encender la reflexión. La justicia no puede ser un escenario, ni la verdad un accesorio desechable en este circo tantas veces repetido.
Es posible que alguno de los señalados, hombre o mujer, sea culpable, y cuando eso ocurra, debe ser la justicia quien lo determine, no el ruido mediático ni las presiones políticas. Sin embargo, hay valores que trascienden cargos, ideologías y siglas: la dignidad y el respeto a la ciudadanía exigen que cualquier representante público que sepa haber cometido una falta grave dé un paso al costado.
Las responsabilidades no entienden de afiliaciones ni privilegios; la integridad debe estar siempre por encima de los intereses personales o partidistas. Quienes ejercen el poder deben vestirse por los pies, marcharse con dignidad y asumir las consecuencias de sus actos sin arrastrar consigo los principios de la institución ni las siglas que representan. Mientras tanto, como demócrata, seguiré creyendo en la presunción de inocencia como un derecho fundamental que debe prevalecer por encima del ruido y el esperpento.
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.60