Igualdad
En el rutinario transcurrir del día a día, desde los variados púlpitos informativos no paran de bombardear nuestros atiborrados cerebros con el tema de la igualdad.
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Leoncio Bento Bravo
Diferentes actores de la sociedad civil y sobre todo del ámbito político, convierten el argumentario de este vocablo en el eje central de su discurso, haciendo una alusión permanente al derecho inalienable de todos los seres humanos, da igual donde estén ubicados, de disfrutar de las mismas oportunidades en cualquier área de la vida; oportunidades que engloban la igualdad de razas, sexo, justicia, derecho a la salud, esperanza de vida y un sinfín más de enunciados referidos al tema, con el afán de hacernos creer que este derecho ciudadano, si se pelea y trabaja, puede llegar a ser una realidad. Pero, por desgracia, algo que parece tan obvio y tan justo, los hechos demuestran cuán lejos estamos de conseguir el objetivo del estatus de igualdad que tanto se pregona. Como dice el refranero popular, una cosa es predicar y otra dar trigo. El conjunto de palabrerías se convierte en una verdadera filfa cuando pisamos la calle y comprobamos la divergencia existente entre las palabras y los hechos. La pobreza sigue campando desproporcionadamente en una parte de la población, como lo demuestran las cifras de los diferentes estudios sociológicos; la igualdad en el acceso a la educación, la sanidad o la vivienda está por conseguirse; lo mismo pasa con la igualdad de género, de raza y ante la ley, que sigue enquistada; y, es más, visto lo visto, es fácil adivinar que a corto y medio plazo, y probablemente nunca, no va a ser posible acabar con el conflicto de la igualdad, a pesar de la insistente declaración de intenciones sobre la materia dictada por los voceros de turno.
No obstante, a pesar de esta evidente realidad, no es de recibo bajar la guardia en la lucha a favor de este derecho fundamental contemplado en el Artículo 14 de nuestra Constitución. Es una obligación que atañe, no solo a los gobernantes sino a cualquier ciudadano, el esforzarse al máximo en recordarlo permanentemente para concienciar a la población, en aras de alcanzar las cotas más altas del cumplimiento de este mandato, pues una igualdad absoluta en toda sus variantes, personal, social, de raza, género, justicia, se antoja como poco factible de conseguir. Sirva de apoyo a esta afirmación, las diversas connotaciones de origen genético, inherentes a cada persona, como la inteligencia, los dones artísticos o deportivos, lo mismo que las riquezas heredadas o el factor suerte que cada uno tiene asignado, elementos diferenciales que, en definitiva, impedirán siempre cumplir en su totalidad el ansiado deseo de la igualdad.
Ahora bien, a mi modo de ver, sí que se podría hacer algo más que las peroratas mitineras en la didáctica de este supremo valor. Una actuación decidida, responsable y obligatoria en los primeros compases de la escolarización, de la mano de un personal docente especializado, explicando con absoluta claridad los pormenores y las dificultades que encierra la consecución del objetivo de igualdad, podría ser un buen comienzo para continuar dando pasos hacia el futuro. No debemos olvidar que, en un sentido amplio, es la propia naturaleza la que nos muestra la inexistencia de la igualdad en sus variadas especies. Ni todas las plantas pertenecientes a un mismo género alcanzan idéntica altura, ni los animales de la misma raza tienen igual inteligencia o condición física. Y qué decir de la especie humana, donde todas las personas y hasta los gemelos univitelinos, tienen siempre detalles que los distinguen. Por tanto, no hay duda que seguir intentando las mayores cotas de igualdad es loable y de una evidencia manifiesta, pero añadiendo siempre que es una meta que, por mucho que nos propongamos, va a ser muy difícil de alcanzar en toda su plenitud.
Por otro lado, tranquiliza saber que nuestro país va por el buen camino en lo que respecta a la implantación y defensa del derecho a la igualdad de la ciudadanía. Por tanto, no es comprensible las exageradas y reiterativas quejas, la confrontación permanente y el inconformismo de algunos grupos sociales, en especial de la esfera progresista, a costa de la igualdad. Basta con ver las imágenes que un día sí y otro también nos muestran los telediarios públicos y privados, para cerciorarnos de cuál es nuestro nivel en comparación con el resto de países del ancho mundo. Y a esto, puedo añadir la experiencia que he acumulado en los años que llevo ejerciendo labores de cooperación en diferentes países del África Central y Sudamérica, países dictatoriales invadidos por una infinita pobreza, sin derechos civiles y políticos, una denigrante postergación de la mujer, carencia de un acceso a la salud y a la educación en términos de igualdad, sin libertad de expresión, y lo peor de todo, una ausencia absoluta de esperanza de un cambio a mejor en un futuro cercano.
Desde la Revolución Francesa allá por el año 1789 con el lema Igualdad, Libertad, Fraternidad, pasando por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU en 1948, hasta nuestros días, la historia nos demuestra que la igualdad ha sido y es un proceso de larga y lenta evolución, constantemente hostigado y vituperado por diversas actitudes de efecto negativo por parte de los gobiernos y sus legisladores a nivel mundial. Ha sido y es una escalera de obstáculos cuyos peldaños la experiencia nos aconseja ir subiendo de uno en uno, donde la educación juega un papel determinante a todos los niveles, lo mismo que la búsqueda permanente de consensos entre las fuerzas parlamentarias y en los influyentes organismos internacionales, si es que, de verdad, queremos lograr la igualdad duradera que todos anhelamos.
L. Bento
Leoncio Bento Bravo
Diferentes actores de la sociedad civil y sobre todo del ámbito político, convierten el argumentario de este vocablo en el eje central de su discurso, haciendo una alusión permanente al derecho inalienable de todos los seres humanos, da igual donde estén ubicados, de disfrutar de las mismas oportunidades en cualquier área de la vida; oportunidades que engloban la igualdad de razas, sexo, justicia, derecho a la salud, esperanza de vida y un sinfín más de enunciados referidos al tema, con el afán de hacernos creer que este derecho ciudadano, si se pelea y trabaja, puede llegar a ser una realidad. Pero, por desgracia, algo que parece tan obvio y tan justo, los hechos demuestran cuán lejos estamos de conseguir el objetivo del estatus de igualdad que tanto se pregona. Como dice el refranero popular, una cosa es predicar y otra dar trigo. El conjunto de palabrerías se convierte en una verdadera filfa cuando pisamos la calle y comprobamos la divergencia existente entre las palabras y los hechos. La pobreza sigue campando desproporcionadamente en una parte de la población, como lo demuestran las cifras de los diferentes estudios sociológicos; la igualdad en el acceso a la educación, la sanidad o la vivienda está por conseguirse; lo mismo pasa con la igualdad de género, de raza y ante la ley, que sigue enquistada; y, es más, visto lo visto, es fácil adivinar que a corto y medio plazo, y probablemente nunca, no va a ser posible acabar con el conflicto de la igualdad, a pesar de la insistente declaración de intenciones sobre la materia dictada por los voceros de turno.
No obstante, a pesar de esta evidente realidad, no es de recibo bajar la guardia en la lucha a favor de este derecho fundamental contemplado en el Artículo 14 de nuestra Constitución. Es una obligación que atañe, no solo a los gobernantes sino a cualquier ciudadano, el esforzarse al máximo en recordarlo permanentemente para concienciar a la población, en aras de alcanzar las cotas más altas del cumplimiento de este mandato, pues una igualdad absoluta en toda sus variantes, personal, social, de raza, género, justicia, se antoja como poco factible de conseguir. Sirva de apoyo a esta afirmación, las diversas connotaciones de origen genético, inherentes a cada persona, como la inteligencia, los dones artísticos o deportivos, lo mismo que las riquezas heredadas o el factor suerte que cada uno tiene asignado, elementos diferenciales que, en definitiva, impedirán siempre cumplir en su totalidad el ansiado deseo de la igualdad.
Ahora bien, a mi modo de ver, sí que se podría hacer algo más que las peroratas mitineras en la didáctica de este supremo valor. Una actuación decidida, responsable y obligatoria en los primeros compases de la escolarización, de la mano de un personal docente especializado, explicando con absoluta claridad los pormenores y las dificultades que encierra la consecución del objetivo de igualdad, podría ser un buen comienzo para continuar dando pasos hacia el futuro. No debemos olvidar que, en un sentido amplio, es la propia naturaleza la que nos muestra la inexistencia de la igualdad en sus variadas especies. Ni todas las plantas pertenecientes a un mismo género alcanzan idéntica altura, ni los animales de la misma raza tienen igual inteligencia o condición física. Y qué decir de la especie humana, donde todas las personas y hasta los gemelos univitelinos, tienen siempre detalles que los distinguen. Por tanto, no hay duda que seguir intentando las mayores cotas de igualdad es loable y de una evidencia manifiesta, pero añadiendo siempre que es una meta que, por mucho que nos propongamos, va a ser muy difícil de alcanzar en toda su plenitud.
Por otro lado, tranquiliza saber que nuestro país va por el buen camino en lo que respecta a la implantación y defensa del derecho a la igualdad de la ciudadanía. Por tanto, no es comprensible las exageradas y reiterativas quejas, la confrontación permanente y el inconformismo de algunos grupos sociales, en especial de la esfera progresista, a costa de la igualdad. Basta con ver las imágenes que un día sí y otro también nos muestran los telediarios públicos y privados, para cerciorarnos de cuál es nuestro nivel en comparación con el resto de países del ancho mundo. Y a esto, puedo añadir la experiencia que he acumulado en los años que llevo ejerciendo labores de cooperación en diferentes países del África Central y Sudamérica, países dictatoriales invadidos por una infinita pobreza, sin derechos civiles y políticos, una denigrante postergación de la mujer, carencia de un acceso a la salud y a la educación en términos de igualdad, sin libertad de expresión, y lo peor de todo, una ausencia absoluta de esperanza de un cambio a mejor en un futuro cercano.
Desde la Revolución Francesa allá por el año 1789 con el lema Igualdad, Libertad, Fraternidad, pasando por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU en 1948, hasta nuestros días, la historia nos demuestra que la igualdad ha sido y es un proceso de larga y lenta evolución, constantemente hostigado y vituperado por diversas actitudes de efecto negativo por parte de los gobiernos y sus legisladores a nivel mundial. Ha sido y es una escalera de obstáculos cuyos peldaños la experiencia nos aconseja ir subiendo de uno en uno, donde la educación juega un papel determinante a todos los niveles, lo mismo que la búsqueda permanente de consensos entre las fuerzas parlamentarias y en los influyentes organismos internacionales, si es que, de verdad, queremos lograr la igualdad duradera que todos anhelamos.
L. Bento
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