Cooperación
En mí ya larga trayectoria como médico cooperante por distintos países del mundo, he tenido la oportunidad de vivir inauditos acontecimientos, pero en ninguna de las participaciones realizadas hasta la fecha, he encontrado tantas sorpresas y dificultades para llevar a cabo mi labor como en la recientemente realizada en Tembo, una pequeña población de la provincia de Kwango situada en el suroeste de la República Democrática del Congo.
Por: Leoncio Bento Bravo
Se trata de una extensa región del país, a más de mil kilómetros de la capital Kinshasa, con una densidad de población de treinta habitantes por kilómetro cuadrado, separada de Angola por el caudaloso río Kwango con las impresionantes cataratas de Guillaume, una de las más famosas del mundo.
![[Img #98871]](https://gomeraverde.es/upload/images/04_2025/6942_00-2.jpg)
Siete éramos los componentes del grupo, un cirujano, un anestesista, dos médicos de familia, dos enfermeras y una experimentada voluntaria encargada de la logística.
Pues bien, en este remoto lugar, al que solo se puede acceder por avioneta después de dos horas de vuelo desde la capital, con barcazas por el rio o campo a través cruzando la selva y la sabana con multitud de impedimentos e inconvenientes orográficos que lo dificultan, llegaron a principio de los años cincuenta del pasado siglo un contingente de misioneros jesuitas para iniciar su tarea evangelizadora. Como de costumbre en esta orden religiosa, empezaron por construir en las afueras del pueblo la misión de Suka Mbunbu, que englobaba una edificación para el alojamiento, la parroquia, un centro escolar y un dispensario de salud. Este incipiente núcleo de civilización era en aquel momento el primero y único existente en toda la comarca, para prestar atención humanitaria a las diversas concentraciones tribales asentadas desde tiempos inmemoriales en la región. Unos años más tarde, en 1958, se incorporan para colaborar con ellos en esta gran acción de voluntariado, las misioneras de la Orden de Cristo Jesús, de origen español. Poco tiempo después, los jesuitas abandonan el lugar y se quedan ellas encargadas de la atención sanitaria y educativa de los treinta mil habitantes dispersos en los alrededores de la misión, aislados del mundo y sumidos en una situación de extrema pobreza. Desde entonces, el grupo de hermanas, alguna de las cuales ha pagado con la vida el ejercicio de su apostolado, tras un ímprobo esfuerzo durante muchos años y con la ayuda de la cooperación belga, logran por fin construir un modesto hospital, al cual fue invitado nuestro grupo de cooperantes para la inauguración y puesta en marcha del mismo.
Nada más aterrizar con las primeras luces del amanecer en un improvisado claro de la sabana, una gran parte de los vecinos de la zona y algunos venidos de asentamientos más lejanos, presididos por el jefe tribal de la región y las autoridades civiles y religiosas, nos recibieron al pie de la avioneta con aplausos y cánticos a ritmo de tantanes, como si fuéramos verdaderos ángeles caídos del cielo. Siete éramos los componentes del grupo, un cirujano, un anestesista, dos médicos de familia, dos enfermeras y una experimentada voluntaria encargada de la logística. Una vez cumplimentados los protocolos de bienvenida, adornados con ritos ceremoniales para desearnos un trabajo fructífero y en paz, comenzamos de inmediato con la faena de visitar enfermos, hacer el máximo número de operaciones posibles y la labor educativa en salud global que nos demandaba una gran cantidad de pacientes procedentes del pueblo, de los alrededores después de horas caminando hasta llegar al hospital y de la vecina Angola una vez cruzado el rio en canoas. Seiscientas consultas, cuarenta intervenciones quirúrgicas y ciento cincuenta ecografías, fue el cómputo global de la labor llevada a cabo, durante los quince días de estancia en la misión.
![[Img #98870]](https://gomeraverde.es/upload/images/04_2025/8657_00-0.jpg)
Leoncio Bento Bravo
Hacía alusión al principio de este relato, a las sorpresas y dificultades encontradas en el desarrollo de nuestra acción de voluntariado. Y lo explico. Tembo es un asentamiento poblacional aislado de la civilización, con construcciones rudimentarias, donde la electricidad es un privilegio de unos pocos que pueden acceder a unas placas solares, lo mismo que el agua potable, la cobertura de telefonía y el casi absoluto aislamiento digital. Un rincón del mundo olvidado donde se sobrevive sin cambios a mejor desde hace décadas. Necesitábamos permanentemente traductores, pues eran varios los dialectos de las tribus, tshiluba, kikongo, lingala y algunos más, lo que hacía imprescindible la presencia de un nativo que nos tradujera al francés los síntomas de los pacientes para poner en marcha las analíticas, los diagnósticos y los tratamientos. Esto por lo que respecta a la logística. Pero lo que nos llamó poderosamente la atención, fue la cronicidad de las patologías, con años de padecimiento sin que nunca hubieran sido consultadas. Una población infantil basada en ocho hijos de media por mujer, con un índice de desnutrición crónica que superaba con creces el 42 % por ciento existente ya de por sí en todo el país. A esto se sumaba la afectación por malaria de prácticamente toda la población y el elevado endemismo tuberculoso de la misma, conjunto de factores responsables de una esperanza de vida que no supera los cincuenta y cinco años y todo dentro de un contexto de pobreza por encima del 80 %.
Ante semejante catastrófica situación, inimaginable en los tiempos actuales, todos los miembros del grupo no dejábamos de preguntarnos una y otra vez, cómo era posible que, en un país pletórico de riquezas naturales, diamantes, coltan, cobre y otros minerales raros que enriquecen a muchos países lejanos, pudiera existir un estatus de vida tan lamentable. Independientemente del mal gobierno del país y de los intereses de la geopolítica, aquí no vale el viejo refrán ojos que no ven corazón que no siente, aplicable a una gran mayoría de países desarrollados. Es una asignatura pendiente de estos, cumplir con el compromiso de destinar un porcentaje de su PIB para avanzar por la igualdad en el mundo, pues hasta que no se consiga un mínimo equitativo, ni habrá paz ni descansará la conciencia de tantos dirigentes políticos supercargados de una gélida hipocresía.
Por otro lado, viendo las imágenes que a diario desfilaban delante de nosotros, no podíamos dejar de pensar en la injustificable disconformidad de los usuarios de la sanidad pública de nuestro país, cuando ponen el grito en el cielo por permanecer unos meses en lista de espera en patologías no urgentes, sin pararse a pensar que en varios países del mundo sumidos en el subdesarrollo más absoluto, la única alternativa que tienen para acceder a solucionar algunos de sus infinitos problemas de salud, sea vivir con la esperanza de la llegada de un ángel caído del cielo.
Por nuestra parte, decir que los muchos inconvenientes a los que nos enfrentamos y las limitadas condiciones existente para el trabajo, contribuyeron a desarrollar en el equipo un clima de resiliencia y una tenacidad como nunca hubiéramos imaginado. Por supuesto, que todos estuvimos de acuerdo en calificar esta cooperación como la más interesante de las múltiples llevadas a cabo; sin duda, en la que más hemos disfrutado de momentos increíbles durante su transcurso; y también, en la que las experiencias vividas han dejado una mayor huella anclada para siempre en nuestros corazones. Tanto es así, que regresamos con el compromiso ineludible de repetir la visita más pronto que tarde, única manera de paliar la tristeza que nos embarga por los muchos pacientes que se quedaron sin poder atenderlos.
Por: Leoncio Bento Bravo
Se trata de una extensa región del país, a más de mil kilómetros de la capital Kinshasa, con una densidad de población de treinta habitantes por kilómetro cuadrado, separada de Angola por el caudaloso río Kwango con las impresionantes cataratas de Guillaume, una de las más famosas del mundo.
Siete éramos los componentes del grupo, un cirujano, un anestesista, dos médicos de familia, dos enfermeras y una experimentada voluntaria encargada de la logística.
Pues bien, en este remoto lugar, al que solo se puede acceder por avioneta después de dos horas de vuelo desde la capital, con barcazas por el rio o campo a través cruzando la selva y la sabana con multitud de impedimentos e inconvenientes orográficos que lo dificultan, llegaron a principio de los años cincuenta del pasado siglo un contingente de misioneros jesuitas para iniciar su tarea evangelizadora. Como de costumbre en esta orden religiosa, empezaron por construir en las afueras del pueblo la misión de Suka Mbunbu, que englobaba una edificación para el alojamiento, la parroquia, un centro escolar y un dispensario de salud. Este incipiente núcleo de civilización era en aquel momento el primero y único existente en toda la comarca, para prestar atención humanitaria a las diversas concentraciones tribales asentadas desde tiempos inmemoriales en la región. Unos años más tarde, en 1958, se incorporan para colaborar con ellos en esta gran acción de voluntariado, las misioneras de la Orden de Cristo Jesús, de origen español. Poco tiempo después, los jesuitas abandonan el lugar y se quedan ellas encargadas de la atención sanitaria y educativa de los treinta mil habitantes dispersos en los alrededores de la misión, aislados del mundo y sumidos en una situación de extrema pobreza. Desde entonces, el grupo de hermanas, alguna de las cuales ha pagado con la vida el ejercicio de su apostolado, tras un ímprobo esfuerzo durante muchos años y con la ayuda de la cooperación belga, logran por fin construir un modesto hospital, al cual fue invitado nuestro grupo de cooperantes para la inauguración y puesta en marcha del mismo.
Nada más aterrizar con las primeras luces del amanecer en un improvisado claro de la sabana, una gran parte de los vecinos de la zona y algunos venidos de asentamientos más lejanos, presididos por el jefe tribal de la región y las autoridades civiles y religiosas, nos recibieron al pie de la avioneta con aplausos y cánticos a ritmo de tantanes, como si fuéramos verdaderos ángeles caídos del cielo. Siete éramos los componentes del grupo, un cirujano, un anestesista, dos médicos de familia, dos enfermeras y una experimentada voluntaria encargada de la logística. Una vez cumplimentados los protocolos de bienvenida, adornados con ritos ceremoniales para desearnos un trabajo fructífero y en paz, comenzamos de inmediato con la faena de visitar enfermos, hacer el máximo número de operaciones posibles y la labor educativa en salud global que nos demandaba una gran cantidad de pacientes procedentes del pueblo, de los alrededores después de horas caminando hasta llegar al hospital y de la vecina Angola una vez cruzado el rio en canoas. Seiscientas consultas, cuarenta intervenciones quirúrgicas y ciento cincuenta ecografías, fue el cómputo global de la labor llevada a cabo, durante los quince días de estancia en la misión.
Leoncio Bento Bravo
Hacía alusión al principio de este relato, a las sorpresas y dificultades encontradas en el desarrollo de nuestra acción de voluntariado. Y lo explico. Tembo es un asentamiento poblacional aislado de la civilización, con construcciones rudimentarias, donde la electricidad es un privilegio de unos pocos que pueden acceder a unas placas solares, lo mismo que el agua potable, la cobertura de telefonía y el casi absoluto aislamiento digital. Un rincón del mundo olvidado donde se sobrevive sin cambios a mejor desde hace décadas. Necesitábamos permanentemente traductores, pues eran varios los dialectos de las tribus, tshiluba, kikongo, lingala y algunos más, lo que hacía imprescindible la presencia de un nativo que nos tradujera al francés los síntomas de los pacientes para poner en marcha las analíticas, los diagnósticos y los tratamientos. Esto por lo que respecta a la logística. Pero lo que nos llamó poderosamente la atención, fue la cronicidad de las patologías, con años de padecimiento sin que nunca hubieran sido consultadas. Una población infantil basada en ocho hijos de media por mujer, con un índice de desnutrición crónica que superaba con creces el 42 % por ciento existente ya de por sí en todo el país. A esto se sumaba la afectación por malaria de prácticamente toda la población y el elevado endemismo tuberculoso de la misma, conjunto de factores responsables de una esperanza de vida que no supera los cincuenta y cinco años y todo dentro de un contexto de pobreza por encima del 80 %.
Ante semejante catastrófica situación, inimaginable en los tiempos actuales, todos los miembros del grupo no dejábamos de preguntarnos una y otra vez, cómo era posible que, en un país pletórico de riquezas naturales, diamantes, coltan, cobre y otros minerales raros que enriquecen a muchos países lejanos, pudiera existir un estatus de vida tan lamentable. Independientemente del mal gobierno del país y de los intereses de la geopolítica, aquí no vale el viejo refrán ojos que no ven corazón que no siente, aplicable a una gran mayoría de países desarrollados. Es una asignatura pendiente de estos, cumplir con el compromiso de destinar un porcentaje de su PIB para avanzar por la igualdad en el mundo, pues hasta que no se consiga un mínimo equitativo, ni habrá paz ni descansará la conciencia de tantos dirigentes políticos supercargados de una gélida hipocresía.
Por otro lado, viendo las imágenes que a diario desfilaban delante de nosotros, no podíamos dejar de pensar en la injustificable disconformidad de los usuarios de la sanidad pública de nuestro país, cuando ponen el grito en el cielo por permanecer unos meses en lista de espera en patologías no urgentes, sin pararse a pensar que en varios países del mundo sumidos en el subdesarrollo más absoluto, la única alternativa que tienen para acceder a solucionar algunos de sus infinitos problemas de salud, sea vivir con la esperanza de la llegada de un ángel caído del cielo.
Por nuestra parte, decir que los muchos inconvenientes a los que nos enfrentamos y las limitadas condiciones existente para el trabajo, contribuyeron a desarrollar en el equipo un clima de resiliencia y una tenacidad como nunca hubiéramos imaginado. Por supuesto, que todos estuvimos de acuerdo en calificar esta cooperación como la más interesante de las múltiples llevadas a cabo; sin duda, en la que más hemos disfrutado de momentos increíbles durante su transcurso; y también, en la que las experiencias vividas han dejado una mayor huella anclada para siempre en nuestros corazones. Tanto es así, que regresamos con el compromiso ineludible de repetir la visita más pronto que tarde, única manera de paliar la tristeza que nos embarga por los muchos pacientes que se quedaron sin poder atenderlos.
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