Nostalgia
No hay que ser agorero para darse cuenta de que vivimos en la actualidad unos tiempos conflictivos en el orden mundial y en concreto en lo que se refiere a nuestro país. Sin ir más lejos, basta solo con trasladarnos cinco años atrás para encontrar el punto de partida de este convulso periodo.
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Leoncio Bento Bravo
La terrible pandemia del covid provocó una tremenda crisis existencial en la sociedad, una difícil coyuntura económica que costó mucho superar y unas incertidumbres futuras que persisten, sin que a día de hoy se vislumbre un final alentador. Y, por si fuera poco, siguiendo el tradicional refrán de que los males nunca vienen solos, aparecen los cada vez más inexplicables conflictos bélicos cercanos, la falta de entendimiento de las grandes potencias para llegar a una solución, la permanente incongruencia de los políticos, los múltiples casos de corrupción, los efectos del cambio climático, la crisis migratoria, la reciente guerra de los aranceles, y así un sinfín más de acontecimientos que, permanentemente, inundan nuestras atiborradas mentes, al igual que, poco a poco y como consecuencia, van desdibujando el mapa de nuestras habituales formas de vida, nuestras costumbres y tradiciones.
Pues bien, ante semejante cataclismo en el orden social y político de un pasado reciente, un presente convulso y un futuro impredecible, que en conjunto están haciendo temblar las normas de una convivencia pacífica, es lógico pensar que emerja con fuerza un intenso estado nostálgico como contrapeso a todo el infortunio que hemos vivido y que continuamos viviendo.
La nostalgia es un sentimiento permanentemente unido al pasado de nuestro mundo emocional, expresándose de forma diferente según la personalidad individual. Es obvio que nada se puede hacer para cambiar los hechos acaecidos, pero apartarlos definitivamente de nuestro pensamiento es siempre una tarea difícil. La nostalgia es un tema muy polivalente, lo mismo que bastante interpretable. No es objetivo de este artículo entrar a valorar sus diferentes matices, pero sí hacer algunas concreciones sobre lo que sería conveniente o no recordar de las experiencias vividas.
La nostalgia negativa derivada del dolor y el sufrimiento físico y psíquico por las enfermedades o perdidas de amigos o seres queridos, sin duda que nos deja una huella perenne, pero debemos procurar pasarla al olvido e intentar borrarla de nuestra mente lo antes posible. La persistencia en cualquier tipo de nostalgia negativa es muy dañina y, queramos o no, acabará robándonos fuerzas para vivir el día a día y hacer una acertada planificación del futuro inmediato; o, lo que es peor, que nos conduzca a un estado patológico depresivo, algo con lo que tropezamos con cierta frecuencia en la cotidianidad de la vida. No olvidar que este tipo de nostalgia, si se colectiviza con los familiares y amigos, sin duda que será menos perniciosa.
Ahora bien, no siempre la nostalgia tiene que estar unida a la tristeza, puesto que, a menudo, también puede ir acompañada de connotaciones de alegría. Y es a esta nostalgia en positivo a la que me quiero referir en este momento del año tan cargado de recuerdos y emociones en mi Agulo natal, como es la celebración de la Semana Santa. El sano ambiente familiar, el periodo de la niñez y la adolescencia, el disfrute con la pléyade de amigos en las correrías por el pueblo, las procesiones de madrugada por las empedradas calles en medio de la oscuridad y el aterrador silencio, interrumpido por el retumbar del eco de los canticos religiosos, el aroma de los fogones con los productos típicos de aquellos días, los amasijos, los sonrosados ñames del Ancón o la Verdura con el cherne salado con mojo para cumplir con el mandato de la abstinencia de carne en estos señalados días de pasión, la famosa repostería con mistela, y un sin más de vivos e inolvidables recuerdos que siguen y seguirán para siempre anclados en mi memoria.
No soy de los que piensa que la popular y poética frase de que cualquier tiempo pasado fue mejor tiene un valor absoluto, pero sí creo que merece la pena ensalzar en su justa medida, unos tiempos felices pletóricos de costumbres ancestrales que, con toda probabilidad, me parece que nunca volverán a estar presentes.
L. Bento
Leoncio Bento Bravo
La terrible pandemia del covid provocó una tremenda crisis existencial en la sociedad, una difícil coyuntura económica que costó mucho superar y unas incertidumbres futuras que persisten, sin que a día de hoy se vislumbre un final alentador. Y, por si fuera poco, siguiendo el tradicional refrán de que los males nunca vienen solos, aparecen los cada vez más inexplicables conflictos bélicos cercanos, la falta de entendimiento de las grandes potencias para llegar a una solución, la permanente incongruencia de los políticos, los múltiples casos de corrupción, los efectos del cambio climático, la crisis migratoria, la reciente guerra de los aranceles, y así un sinfín más de acontecimientos que, permanentemente, inundan nuestras atiborradas mentes, al igual que, poco a poco y como consecuencia, van desdibujando el mapa de nuestras habituales formas de vida, nuestras costumbres y tradiciones.
Pues bien, ante semejante cataclismo en el orden social y político de un pasado reciente, un presente convulso y un futuro impredecible, que en conjunto están haciendo temblar las normas de una convivencia pacífica, es lógico pensar que emerja con fuerza un intenso estado nostálgico como contrapeso a todo el infortunio que hemos vivido y que continuamos viviendo.
La nostalgia es un sentimiento permanentemente unido al pasado de nuestro mundo emocional, expresándose de forma diferente según la personalidad individual. Es obvio que nada se puede hacer para cambiar los hechos acaecidos, pero apartarlos definitivamente de nuestro pensamiento es siempre una tarea difícil. La nostalgia es un tema muy polivalente, lo mismo que bastante interpretable. No es objetivo de este artículo entrar a valorar sus diferentes matices, pero sí hacer algunas concreciones sobre lo que sería conveniente o no recordar de las experiencias vividas.
La nostalgia negativa derivada del dolor y el sufrimiento físico y psíquico por las enfermedades o perdidas de amigos o seres queridos, sin duda que nos deja una huella perenne, pero debemos procurar pasarla al olvido e intentar borrarla de nuestra mente lo antes posible. La persistencia en cualquier tipo de nostalgia negativa es muy dañina y, queramos o no, acabará robándonos fuerzas para vivir el día a día y hacer una acertada planificación del futuro inmediato; o, lo que es peor, que nos conduzca a un estado patológico depresivo, algo con lo que tropezamos con cierta frecuencia en la cotidianidad de la vida. No olvidar que este tipo de nostalgia, si se colectiviza con los familiares y amigos, sin duda que será menos perniciosa.
Ahora bien, no siempre la nostalgia tiene que estar unida a la tristeza, puesto que, a menudo, también puede ir acompañada de connotaciones de alegría. Y es a esta nostalgia en positivo a la que me quiero referir en este momento del año tan cargado de recuerdos y emociones en mi Agulo natal, como es la celebración de la Semana Santa. El sano ambiente familiar, el periodo de la niñez y la adolescencia, el disfrute con la pléyade de amigos en las correrías por el pueblo, las procesiones de madrugada por las empedradas calles en medio de la oscuridad y el aterrador silencio, interrumpido por el retumbar del eco de los canticos religiosos, el aroma de los fogones con los productos típicos de aquellos días, los amasijos, los sonrosados ñames del Ancón o la Verdura con el cherne salado con mojo para cumplir con el mandato de la abstinencia de carne en estos señalados días de pasión, la famosa repostería con mistela, y un sin más de vivos e inolvidables recuerdos que siguen y seguirán para siempre anclados en mi memoria.
No soy de los que piensa que la popular y poética frase de que cualquier tiempo pasado fue mejor tiene un valor absoluto, pero sí creo que merece la pena ensalzar en su justa medida, unos tiempos felices pletóricos de costumbres ancestrales que, con toda probabilidad, me parece que nunca volverán a estar presentes.
L. Bento
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