La Bajada del Trono abre las Fiestas Lustrales de La Palma tras una década de espera
Las 29 piezas de plata que conforman el trono de Nuestra Señora de Las Nieves han comenzado su recorrido, transportadas por romeros y custodios, hasta la parroquia matriz de El Salvador, dando comienzo así al protocolo anunciador que avisa de que la patrona de La Palma volverá a bajar junto al pueblo, diez años después de su última visita.
![[Img #99882]](https://gomeraverde.es/upload/images/06_2025/3076_00.jpg)
Las piezas del trono, de distintos tamaños, pero todas inmensas en peso simbólico, han descansado durante diez años en el Real Santuario, hasta que este domingo han vuelto a salir en esta romería sin imagen, bajo el sentir de la caricia temblorosa de unas manos devotas, el sonido de un timple siendo afinado, y el olor a peregrinaje en un día de calor.
Tras la Misa de Romeros los palmeros seleccionados por sorteo el día anterior para ser porteadores del trono de la Virgen han recibido sus piezas con nervios y un gran sentimiento de responsabilidad.
El rostro emocionado del portador refleja el orgullo de haber sido elegido entre muchos para una tarea que no es solo un gesto ceremonial, sino un privilegio cargado de sentido.
Yasmina ha sido una de las agraciadas en el sorteo de los pedazos de trono y ha contado que representa un honor especial para ella ya que su padre fue porteador hace diez años.
“Este año mi padre ya no está con nosotros, por lo que ha sido casi un milagro que me tocara a mí el sorteo y pueda honrar su memoria” ha comentado.
No solo es una muestra de devoción. Quien lleva una pieza del trono es también depositario, durante unas horas, de una parte de la patrona de La Palma.
Por eso, a lo largo del recorrido, muchos se han acercado con respeto a acariciar la plata como parte de una promesa hecha en silencio, o para pedir, sin palabras, por la salud de un ser querido, por un favor pendiente, por gratitud, milagros o consuelo.
La romería ha avanzado con alegría y solemnidad, y cada romero que portaba una pieza ha encontrado el apoyo y el cariño de los demás. Es la tradición: a quien lleva una parte del trono, no le falta comida, bebida ni palabras de aliento.
Las casas del camino lucen sus mejores galas: manteles de hilo, cortinas bordadas y traperas antiguas convertidas en tapices efímeros para engalanar balcones y fachadas, junto a ristras de ajos y hojas de palmera.
En cada umbral, la gente ha esperado con respeto y entusiasmo, y en cuanto la romería pasó frente a ellos, se han unido al cortejo, como si hubieran sido arrastrados de forma natural hacia la tradición de la fiesta.
Las piezas han seguido su descenso, con un brillo que no ha sido solo el reflejo del sol de junio, sino del cariño y el respeto con que han sido llevadas.
El paso por la plaza de La Alameda ha supuesto el tramo más multitudinario. Desde allí, pese al cansancio acumulado, los romeros han hecho gala de sus últimos esfuerzos para finalizar el recorrido, muchos recordando que la edición anterior fue cancelada por la pandemia y que la última Bajada completa se celebró hace una década, en 2015.
“Si esperar cinco años entre cada Bajada me parece demasiado, este año las ganas estaban ya a flor de piel” ha asegurado una romera que confiesa tener el traje típico lavado y planchado desde hace una semana.
Finalmente, la plaza de España se ha abierto para las piezas, que han sido depositadas en el interior de la Iglesia Matriz de El Salvador, donde, junto al resto del trono, serán ensambladas para convertirse nuevamente en el altar festivo de la Virgen.
Allí, en la penumbra de la parroquia, han vuelto al silencio que les es propio, sabiendo que han cumplido con una parte sagrada de la tradición insular.
Con este traslado, no solo ha arrancado formalmente la Bajada de la Virgen de Las Nieves, se ha reactivado un pulso colectivo que une a generaciones enteras: el de un pueblo que, con cada lustro, con cada pieza del trono, se ha detenido para mirar hacia su historia, su fe y su identidad.
Las piezas del trono, de distintos tamaños, pero todas inmensas en peso simbólico, han descansado durante diez años en el Real Santuario, hasta que este domingo han vuelto a salir en esta romería sin imagen, bajo el sentir de la caricia temblorosa de unas manos devotas, el sonido de un timple siendo afinado, y el olor a peregrinaje en un día de calor.
Tras la Misa de Romeros los palmeros seleccionados por sorteo el día anterior para ser porteadores del trono de la Virgen han recibido sus piezas con nervios y un gran sentimiento de responsabilidad.
El rostro emocionado del portador refleja el orgullo de haber sido elegido entre muchos para una tarea que no es solo un gesto ceremonial, sino un privilegio cargado de sentido.
Yasmina ha sido una de las agraciadas en el sorteo de los pedazos de trono y ha contado que representa un honor especial para ella ya que su padre fue porteador hace diez años.
“Este año mi padre ya no está con nosotros, por lo que ha sido casi un milagro que me tocara a mí el sorteo y pueda honrar su memoria” ha comentado.
No solo es una muestra de devoción. Quien lleva una pieza del trono es también depositario, durante unas horas, de una parte de la patrona de La Palma.
Por eso, a lo largo del recorrido, muchos se han acercado con respeto a acariciar la plata como parte de una promesa hecha en silencio, o para pedir, sin palabras, por la salud de un ser querido, por un favor pendiente, por gratitud, milagros o consuelo.
La romería ha avanzado con alegría y solemnidad, y cada romero que portaba una pieza ha encontrado el apoyo y el cariño de los demás. Es la tradición: a quien lleva una parte del trono, no le falta comida, bebida ni palabras de aliento.
Las casas del camino lucen sus mejores galas: manteles de hilo, cortinas bordadas y traperas antiguas convertidas en tapices efímeros para engalanar balcones y fachadas, junto a ristras de ajos y hojas de palmera.
En cada umbral, la gente ha esperado con respeto y entusiasmo, y en cuanto la romería pasó frente a ellos, se han unido al cortejo, como si hubieran sido arrastrados de forma natural hacia la tradición de la fiesta.
Las piezas han seguido su descenso, con un brillo que no ha sido solo el reflejo del sol de junio, sino del cariño y el respeto con que han sido llevadas.
El paso por la plaza de La Alameda ha supuesto el tramo más multitudinario. Desde allí, pese al cansancio acumulado, los romeros han hecho gala de sus últimos esfuerzos para finalizar el recorrido, muchos recordando que la edición anterior fue cancelada por la pandemia y que la última Bajada completa se celebró hace una década, en 2015.
“Si esperar cinco años entre cada Bajada me parece demasiado, este año las ganas estaban ya a flor de piel” ha asegurado una romera que confiesa tener el traje típico lavado y planchado desde hace una semana.
Finalmente, la plaza de España se ha abierto para las piezas, que han sido depositadas en el interior de la Iglesia Matriz de El Salvador, donde, junto al resto del trono, serán ensambladas para convertirse nuevamente en el altar festivo de la Virgen.
Allí, en la penumbra de la parroquia, han vuelto al silencio que les es propio, sabiendo que han cumplido con una parte sagrada de la tradición insular.
Con este traslado, no solo ha arrancado formalmente la Bajada de la Virgen de Las Nieves, se ha reactivado un pulso colectivo que une a generaciones enteras: el de un pueblo que, con cada lustro, con cada pieza del trono, se ha detenido para mirar hacia su historia, su fe y su identidad.
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