Martes, 07 de Octubre de 2025

Leoncio Bento Bravo
Lunes, 06 de Octubre de 2025

Fiestas de verano en Agulo

Aunque el inicio del verano está establecido oficialmente el veintiuno de junio siguiendo las normas del Observatorio Astronómico Nacional, en la práctica se considera que son los primeros calores de julio los que señalan que ya estamos inmersos, de verdad y con todas sus consecuencias, en plena estación estival. Además, al dato meteorológico le acompañan dos elementos definitorios que marcan, todavía más si cabe, este periodo del año. Nos referimos, por un lado, al cese de la actividad escolar y, por otro, a que una gran parte de la población del país se moviliza para comenzar el anhelado descanso vacacional.

 

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Leoncio Bento Bravo

 

Por tanto, hablar de verano es hablar de días interminables donde el sol aprieta sin dar un respiro, de desconexión laboral, de relajantes siestas, de lecturas pendientes cobijados a la sombra y de paseos matutinos y vespertinos huyendo de la canícula; o, simplemente, de echarse a la bartola, expresión castiza de frecuente uso popular que expresa, acertadamente, una situación de estar todo el día sin hacer nada, holgazaneando o, como se dice también, rascándose la barriga y sin dar un palo al agua.

 

Pero, el verano se caracteriza asimismo por la concentración de una gran cantidad de eventos festivos relevantes, a lo largo y ancho del país. Refiriéndonos en concreto a Agulo, la faena festiva veraniega comenzaba siempre por san Juan y san Pedro al inicio de la estación, fiestas de un gran arraigo popular y trascendencia en el pueblo tiempo ha, los famosos “piques”, tristemente hoy en día desaparecidos. Qué tiempos aquellos, cuando los barrios de la Montañeta, las Casas y el Charco, competían sin descanso durante varios días, llenando el cielo de multicolores globos, cabalgatas puntillosas por sus engalanadas calles, cánticos cargados de picaresca, bailes en diversos rincones hasta altas horas de la madrugada, eventos todos a los que se sumaba un gran jolgorio participativo y un indescriptible entusiasmo. 

 

En julio, poco o más bien nada hay que comentar desde el punto de vista festivo. A pesar de la gran devoción que, sobre todo las mujeres mayores, profesaban y profesan a la virgen del Carmen, portando varias su nombre, la medalla o el famoso escapulario, la fiesta tuvo siempre en el pueblo un carácter estrictamente religioso. Asistir al novenario y a la misa el día dieciséis y, como mucho, peregrinaren promesa a la ermita del Carmen, en el vecino pueblo de Vallehermoso, era y es lo único relevante. Sin embargo, quiero hacer un apunte sobre una festividad de este mes, que merece la pena poner en valor. Se trata del día de santa Ana y san Joaquín, el veintiséis, padres de la virgen María y abuelos de Jesús. Y traigo esto a cuento, al observar que la mermada población del pueblo la forman en su mayoría gente mayor con la etiqueta añadida de abuelos. Por tanto, no sería descabellado celebrar este día por todo lo alto, en honor a tan entrañable grupo de personas. La trascendencia de esta importante figura en el seno de cualquier familia, da igual la raza a la que se pertenezca o el paísdonde se habite, sin dudade que se merece una celebración sobresaliente. Los abuelos siempre están ahí, a disposición para lo bueno y lo malo. Si tenemos en cuenta que la longevidad es un hecho constatable que va en aumento, es fácil entender que, en un futuro, la presencia de estos personajes formarán parte por más tiempo del engranaje familiar, en muchas ocasiones prestando una colaboración fundamental en el desarrollo del día a día del devenir de la estructura parental. Ahí lo dejo, a ver si fructificala idea.

 

Agosto, el mes festivo por excelencia en cantidad de rincones de la geografía nacional, está también poco representado en Agulo. Solo es destacable la fiesta en honor de Santa Rosa de Lima en la coqueta plaza del barrio de las Rosas y en su entorno, adornados ambos para la ocasión por sus vecinos con espectaculares arcos de flores. Son fiestas de una gran tradición que se celebra desde tiempos remotos. En ellas se conjugan los actos religiosos, con una multitudinaria procesión acompañada de una vistosa coreografía de tocadores y bailadores del tajaraste gomero, y unos bailes muy afamados con un gran efecto llamada para toda la juventud insular. No hace mucho tiempo, era típico acudir desde la antevíspera a degustar las asadurasy la carne asada de los cochinos que mataban para esos días, con el vino azufrado de la zona. Todo, en un ambiente campestre único, con unos atardeceres donde, con frecuencia, hacía acto de presencia la bruma rociona pegada a la tierra y un frío invernal que hacían todavía más encantador el momento. Desgraciadamente, como ha ocurrido con los piques, esta última parte del relato ha pasado a mejor vida.

 

Y llegamos a septiembre. Cuando los días ya se han acortado, el calor ha menguado y la brisa fresca nos inunda, entramos de lleno en la gran celebración del pueblo. El veinticuatro, día de la Virgen de las Mercedes, la Patrona, que aunque situada ya en el recién iniciado otoño, se considera, por costumbre, una festividad del verano. Ni en el fondo ni en la forma, el ambiente de las actuales fiestas se parece al de unas décadas atrás. De los adornos, persisten las solitarias cadenetas ondeando al aire sin las pencas de palma y los conjuntos floral esa pie de calle. La procesión y el resonar de las chácaras y tambores, bastante numerosos, por cierto, siguen ahí, al igual que las múltiples verbenas amenizadas por más de una orquesta. Pero, se echan en falta algunos detalles que hacían a las fiestas grandes de verdad. Adónde han ido a parar la masa crítica, las famosas fiestas de arte, los típicos ventorrillos, el olor de la carne de cochino adobada, las piñas de azúcar y los merengues, los helados de las garrafas de corcho y el ir y venir de la plétora de visitantes. 

 

Un mamotreto de chapa de madera, con perros calientes, hamburguesas, refrescos, cervezas y cubatas,donde poder saciar el hambre y la sed, son sus sustitutos. Menos mal que, para mi consuelo, el duende y la imaginación que siempre han caracterizado al pueblo no se han perdido del todo. Todavía subsiste un grupo de personas entusiastas, capaces de sacar algún que otro conejo de la chistera, alimentando la esperanza de que, más pronto que tarde, las cosas puedan retornar a la raigambre de otros tiempos. La apuesta por las jóvenes artistas del pueblo que hemos vivido en los dos últimos años, y la iniciativa, este año, de las vecinas de La Alameda, arropadas por una notable asistencia de convecinos, en una plácida tarde de chocolate, bizcochón, millo pollo y estampado de camisetas, reivindicando en mitad de la calle que Agulo permanezca libre de excrementos de perro, así lo demuestran.

 

No quiero ser agorero ni vivir atado a la melancolía, invadido por el recuerdo permanente de un pasado atiborrado de anécdotas felices, pasado que a mi humilde entender creo que será muy difícil volver a rescatar. Aun así, es obligatorio no desfallecer y perseverar en el intento. Autorizo a los lectores a ponerme la etiqueta de arcaico y nostálgico enfermizo. Mientras, continuaremos esperando en medio de tanto desatino; y les aseguro que, una buena y sana alternativa para suplir la añoranza, es seguir agarrado al viejo refrán popular, inspirado en las coplas del gran Jorge Manrique: “cualquier tiempo pasado fue mejor”.

 

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