Domingo, 12 de Octubre de 2025

Pedro de Agulo
Sábado, 11 de Octubre de 2025

El Viajero y los Prismas del Pescante

El particular viajero, con paso sereno, dejó atrás Agulo y fue descendiendo hacia Hermigua por la carretera de La Castellana. Sus ojos, aún llenos del azul que había visto en La Yesca, se detuvieron en la lejanía: el Pescante, esa obra que el hombre y el mar parecían haber construido juntos, se alzaba como recuerdo vivo de otros tiempos.


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Pedro M. Cruz Vera

 

Movido por la curiosidad, cambió su rumbo y decidió acercarse. Un tanto desorientado, preguntó a un hombre que subía desde la playa.


—¿Cómo puedo llegar al Pescante? —inquirió el viajero.


El señor, con la calma de quien conoce los caminos de toda la vida, le explicó la ruta con sencillez y amabilidad.


En la bajada, el viajero entró al Bar Piloto para reponerse. Pidió una botella de agua, y el camarero, servicial, le ofreció algo más.


—No, gracias —respondió—. Aún llevo dentro la energía del gofio y la leche que me tomé en Agulo.


Conversaron unos instantes, y el camarero, con una sonrisa cómplice, le indicó:


—Ya lo tiene cerca. Tome la curva a la derecha, cruce el puente… y llegará.


Así lo hizo. Pronto, el viajero alcanzó la parte alta del Pescante. Descendió hacia la piscina natural y se sentó en las escaleras, en silencio, escuchando solo el murmullo de las olas. Frente a él, los prismas del Pescante se alzaban como guardianes de piedra, y su mirada se dejó llevar, perdida entre las formas geométricas y el vaivén del mar.


Entonces ocurrió algo mágico: en sus ojos apareció un lienzo invisible, y los prismas comenzaron a contarle historias. Le hablaban de marineros que soñaron con futuros mejores, de jornaleros que trabajaron con sudor y esperanza, de un pueblo que supo unir sus manos para dialogar con el océano.


El viajero comprendió que no eran simples bloques de piedra: eran monumentos al esfuerzo y a la memoria, pinceladas humanas sobre el cuadro inmenso del Atlántico.


Su atención se desvió hacia el Peñón, y sin darse cuenta, en el lenguaje mágico de su espíritu, se vio nadando a su alrededor. Sintió el agua abrazar su cuerpo, y luego, al salir, se tendió bajo el sol, cerrando los ojos.  


Entonces se dejó llevar por el run, run de las olas musicales del Atlántico, que lo fue calmando poco a poco, como si el mar le susurrara que el pasado y el presente eran un mismo canto.


El sueño lo envolvió, y en un instante viajó a 1907. Pudo ver el esfuerzo y el trabajo duro de tantas personas; vio llegar los barcos y cómo los cargaban de tomates, plátanos y animales. También vio cómo bajaban los pasajeros en el cajón, y los familiares desde tierra les gritaban:


—¡Escribe cuando llegues, y cuando puedas manda una cartona! ¡Amárrala bien, que yo te puse liñote en la maleta!


Vio salir los barcos enfrentándose a las mareas brava, y en sus cascos leyó los nombres: “El Sancho”, “El Águila” y “El Bohème”.


Entonces el tiempo en su sueño avanzó y el viajero llegó a la década de 1920. Vio cómo el mar, con furia desatada, lanzó una ola gigante que derribó la primera estructura del Pescante que aún estaba en funcionamiento. Todo se cubrió de espuma, gritos y asombro.


Una segunda ola se alzó, aún mayor, y al golpearlo con su rugido lo despertó sobresaltado. Se incorporó de un salto, jadeando, y sin saber si seguía soñando o estaba despierto, intentó correr por la orilla.


A veces —pensó mientras el corazón le latía con fuerza— los sueños no son tan plácidos como parecen.


El viajero durmió poco después, soñando de nuevo lo que la vida le regalaba, entre la brisa del mar y el eco lejano de aquellos que un día partieron buscando esperanza.


Moraleja:


El esfuerzo de quienes nos preceden transforma la piedra y el mar en herencia viva. Quien sabe contemplar, descubre que hasta los muros guardan historias de esperanza… y que hasta los sueños pueden contener las olas del pasado.


*  Pedro de Agulo 

 

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