Domingo, 14 de Diciembre de 2025

Leoncio Bento Bravo
Domingo, 26 de Octubre de 2025

Lumbago

De regreso a casa, después de un largo paseo por el campo en las primeras horas de la mañana de un previsible día de bochorno, me veo asediado por un fuerte y repentino dolor de espaldas, algo que ya tenía olvidado desde los andares de una ya lejana juventud. ¡Vaya! Ya está otra vez aquí, después de tanto tiempo. Fue el inmediato comentario que hice en voz baja, mientras sacaba el comprimido de ibuprofeno del envase y lo deglutía con un trago de agua fresca.

 

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Leoncio Bento Bravo

 

        Momentos después, algo más relajado por el efecto del medicamento, me vino a la memoria el viejo aforismo popular que tantas veces escuché, desde que era niño, a los mayores del lugar que a diario se reunían en los puntos de costumbre, en interminables tertulias para matar el tiempo. Tertulias en las que hablaban, principalmente, del pasado, o bien, sacaban a la luz los males que les aquejaban en el presente y alguna que otra consideración, también, sobre el incierto futuro que ya se les estaba escapando de la mano, por la lógica evolución de la trayectoria vital: “no hay un bien más preciado en la vida que la salud”, repetían una y otra vez, con la aseveración unánime de la concurrencia, pues era obvio que todos estaban de acuerdo en que se trataba de una sabia sentencia que no admitía un atisbo de duda o discusión. 

 

        En efecto, un itinerario saludable es la aspiración máxima de todos los seres humanos, aunque debemos ser conscientes, en mayor o menor medida, de que es difícil que el camino no se vea salpicado por alguna crisis de salud en el momento más inesperado del discurrir de los años. Y dentro de los múltiples, inciertos y variados incidentes que pueden hostigarnos, hay uno que sobresale por encima de todos; además, con el añadido de que nos visita con tanta frecuencia, que me atrevo a decir que son pocas, por no decir ninguna, las personas de mi entorno que no se hayan visto afectadas por un padecimiento referido a la columna vertebral, una o más veces en la vida. En especial, el que se localiza en el segmento que se extiende del final de las costillas flotantes hasta el inicio de la estructura pélvica; o, lo que es lo mismo, el famoso y temido lumbago, ese dolor agudo que afecta a la región de las vértebras lumbares cuarta y quinta, dolor que perturba, por su carácter invalidante, el desarrollo de las actividades físicas, laborales, sociales y emocionales de los afectados. Para más inri, el episodio es tan puñetero que deja anclada una huella en la memoria difícil de hacerla desaparecer, ante el persistente temor que acecha de que las cosas puedan volver a repetirse, hecho que ocurre una gran mayoría de veces si no se toman las medidas preventivas adecuadas. 

 

        Las susodichas crisis dolorosas, es posible que aparezcan a cualquier edad. Pero, descartadas las malformaciones anatómicas como causa en las personas jóvenes, lo habitual es que los episodios ocurran con mayor frecuencia a medida que vamos cumpliendo años, con una incidencia destacada en personas con tendencia a la obesidad, que han tenido ocupaciones donde se ha permanecido mucho tiempo de pie, con posturas forzadas inadecuadas y excesivo levantamiento de peso. Normalmente, los síntomas agudos remiten en pocos días con reposo, antiinflamatorios y calor seco en la región comprometida. Los problemas vienen cuando, una vez superada la crisis, nos olvidamos de llevar a cabo los ejercicios necesarios para destensar la musculatura y fortalecer el mango muscular que mantiene en una posición correcta la estructura de las vértebras. Es entonces, cuando se inicia el desplazamiento de los cuerpos vertebrales y la protrusión de los discos intervertebrales, lo cual conduce, inevitablemente, a una cronificación de las molestias y a una extensión de las mismas a las extremidades inferiores. La temida y odiada ciática. En tanto, en cuanto se van estableciendo los cambios anatómicos, las medidas terapéuticas necesarias para solventar el problema serán cada vez más agresivas, teniendo, incluso, que recurrir a la cirugía en un porcentaje no desdeñable de casos.    


    
        Para que nos hagamos una idea, el lumbago es algo tan común en la población, da igual la raza a la que se pertenezca o el lugar donde se habite, que se estima que más del 80 % de la población mundial lo va a padecer en alguna ocasión a lo largo de la vida. Sin embargo, es verdad que tranquiliza bastante saber que, en la mayoría de los afectados, el problema es pasajero y no reviste gravedad. También, que disponemos de un abanico amplio de recursos a nuestro alcance que pueden soslayar el problema en más o menos tiempo. Ahora bien, es esta condición de levedad la que hace que nos olvidemos de lo más importante en el contexto de este incómodo padecer: la prevención. “Más vale prevenir que curar”, dice el refrán; y lo dice tan nítidamente claro, que no precisa de ninguna aclaración. 

 

        Lo que resulta curioso, como mínimo, es que, conociendo las relevantes repercusiones que el dolor de espaldas tiene sobre la calidad de vida en su conjunto, no seamos capaces de hacer todo lo posible y necesario que está al alcance de nuestra mano para intentar detenerlo. Pero, ¡ay, amigo!, es que en este apartado entra en juego esa gran virtud exclusiva del ser humano, que es la voluntad. No nacemos voluntariosos, sino que es algo que podemos cultivar y engrandecer, con la educación y el esfuerzo personal. Así y todo, y para nuestra desgracia, es una virtud en la que se flaquea con demasiada frecuencia sin una causa determinada que lo justifique.

 

        Por tanto, a modo de resumen. Si ponemos en un platillo de la balanza el impacto que el lumbago produce en la calidad de vida, los cambios de humor, la irritabilidad, el estado depresivo, los costes sociosanitarios, y en el otro, diez insignificantes minutos al día, de fisioterapia preventiva en el propio domicilio, no hay duda de que esta se inclinará siempre hacia lo último. A cambio, incomprensiblemente, preferimos seguir confiando demasiado en los medicamentos y en que la sabia naturaleza nunca nos va a abandonar. Como bien dice la sabiduría popular, “nos acordamos de Santa Bárbara solo cuando llueve” y ahí está el quid de la cuestión. Hay que intentar ser más perseverante en la prevención, en la doma de la voluntad y en tomarse en serio las elementales medidas de las que disponemos para ganar esta batalla. Solo con esto, sería suficiente para minimizar las desagradables crisis de lumbago que tanto nos atormentan y el alto precio a pagar por los servicios de salud, con los impuestos de todos los ciudadanos. 

 

 

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