Políticos cuentistas e incumplidores
En Canarias estamos acostumbrados, es más, es la tónica constante del quehacer de la mayoría de los políticos isleños, a un desfile constante de promesas espectaculares, formuladas con una seguridad y grandilocuencia que rozan lo épico.
![[Img #101914]](https://gomeraverde.es/upload/images/12_2025/8296_oscar-izquierdo-fepeco.jpg)
Oscar Izquierdo
En muchos casos, por la emoción dan ganas hasta de llorar al escucharlos. Se anuncian soluciones mágicas para la movilidad viaria y la construcción de miles de viviendas que nunca llegan a ejecutarse. Lo escenifican tan bien, muy teatralmente, quedándose tan panchos y satisfechos, como si del dicho al hecho hubiera alguna correspondencia. Nada de nada, todo igual, colas y atascos por todos lados a cualquier hora y una urgencia habitacional cada vez más grave.
Anuncian de forma grandilocuente, bien les gusta, remedios a problemas históricos y reformas profundas que, supuestamente, transformarán la vida de las personas en pocos meses. En Tenerife tenemos muchos ejemplos a contar, que no hace falta mencionar, porque todos sabemos a quienes nos referimos. Sin embargo, estas ofertas se diluyen, se posponen indefinida o simplemente se olvidan. Es puro humo, que sólo dura el instante informativo que buscan. Es sencillamente política propagandística y publicitaria, lejos de su verdadera función que debería ser un servicio público hacedor de hechos concretos. Así lo explica muy bien Bernard M. Baruch, financiero y asesor político estadounidense, cuando explicita que hay que “votar a aquel que prometa menos. Será el que menos te decepcione”.
El fenómeno no es nuevo ni exclusivo de nuestras islas, ni tampoco de una ideología determinada. Es una pandemia globalista, aunque en nuestro terruño se agranda de forma exponencial, debido a la mediocridad que soportamos en la clase política que sufrimos. Forma parte de una lógica perversa en la que el objetivo principal no es tanto gobernar con rigor como intentar arañar o ganar votos. Todo se convierte en eslóganes impactantes, titulares facilones y mensajes emocionales, diseñados en los laboratorios de comunicación que rodean a los políticos anodinos, bastante abundantes en Canarias, para conectar con el malestar o las esperanzas del electorado. En ese contexto, la prudencia, el realismo y la honestidad suelen quedar relegados a un segundo plano, porque no generan el mismo efecto inmediato que una promesa deslumbrante.
Estas promesas, que son incumplidas sistemáticamente una tras otra sin el menor recato ni vergüenza, todo lo contrario, siempre buscan disculpas, cada cual más esperpéntica, dañando la confianza ciudadana. Cuando un político promete y no cumple, no solo fracasa una política concreta, sino que se resiente la credibilidad de las instituciones en su conjunto. El ciudadano comienza a percibir que la política es un juego de palabras vacías, donde lo dicho no tiene relación con lo que se hace. Esta desconfianza se traduce en apatía, desafección y en muchos casos, en un rechazo generalizado a la participación democrática en los distintos procesos electorales.
Estas promesas grandilocuentes y ampulosas después simplifican en exceso problemas complejos, porque la realidad económica y social de un territorio es mucho más enrevesada. Por eso, al no tener capacidad ni saber afrontar las dificultades con ánimo de arreglo es más rentable prometer soluciones rápidas y contundentes, aunque se sepa de antemano que su cumplimiento será, como mínimo, muy difícil o cuasi imposible de consumar.
También es típico y tópico que los políticos justifiquen el incumplimiento de sus promesas apelando a la herencia recibida o a factores externos. Aunque en algunos casos estas explicaciones puedan tener algo de fundamento, su reiteración acaba sonando la excusa. Lo que percibe el ciudadano es que nadie asume responsabilidades y que las promesas se hacen sin un verdadero compromiso de ejecución. Son torpes y expertos enredadores.
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Oscar Izquierdo
En muchos casos, por la emoción dan ganas hasta de llorar al escucharlos. Se anuncian soluciones mágicas para la movilidad viaria y la construcción de miles de viviendas que nunca llegan a ejecutarse. Lo escenifican tan bien, muy teatralmente, quedándose tan panchos y satisfechos, como si del dicho al hecho hubiera alguna correspondencia. Nada de nada, todo igual, colas y atascos por todos lados a cualquier hora y una urgencia habitacional cada vez más grave.
Anuncian de forma grandilocuente, bien les gusta, remedios a problemas históricos y reformas profundas que, supuestamente, transformarán la vida de las personas en pocos meses. En Tenerife tenemos muchos ejemplos a contar, que no hace falta mencionar, porque todos sabemos a quienes nos referimos. Sin embargo, estas ofertas se diluyen, se posponen indefinida o simplemente se olvidan. Es puro humo, que sólo dura el instante informativo que buscan. Es sencillamente política propagandística y publicitaria, lejos de su verdadera función que debería ser un servicio público hacedor de hechos concretos. Así lo explica muy bien Bernard M. Baruch, financiero y asesor político estadounidense, cuando explicita que hay que “votar a aquel que prometa menos. Será el que menos te decepcione”.
El fenómeno no es nuevo ni exclusivo de nuestras islas, ni tampoco de una ideología determinada. Es una pandemia globalista, aunque en nuestro terruño se agranda de forma exponencial, debido a la mediocridad que soportamos en la clase política que sufrimos. Forma parte de una lógica perversa en la que el objetivo principal no es tanto gobernar con rigor como intentar arañar o ganar votos. Todo se convierte en eslóganes impactantes, titulares facilones y mensajes emocionales, diseñados en los laboratorios de comunicación que rodean a los políticos anodinos, bastante abundantes en Canarias, para conectar con el malestar o las esperanzas del electorado. En ese contexto, la prudencia, el realismo y la honestidad suelen quedar relegados a un segundo plano, porque no generan el mismo efecto inmediato que una promesa deslumbrante.
Estas promesas, que son incumplidas sistemáticamente una tras otra sin el menor recato ni vergüenza, todo lo contrario, siempre buscan disculpas, cada cual más esperpéntica, dañando la confianza ciudadana. Cuando un político promete y no cumple, no solo fracasa una política concreta, sino que se resiente la credibilidad de las instituciones en su conjunto. El ciudadano comienza a percibir que la política es un juego de palabras vacías, donde lo dicho no tiene relación con lo que se hace. Esta desconfianza se traduce en apatía, desafección y en muchos casos, en un rechazo generalizado a la participación democrática en los distintos procesos electorales.
Estas promesas grandilocuentes y ampulosas después simplifican en exceso problemas complejos, porque la realidad económica y social de un territorio es mucho más enrevesada. Por eso, al no tener capacidad ni saber afrontar las dificultades con ánimo de arreglo es más rentable prometer soluciones rápidas y contundentes, aunque se sepa de antemano que su cumplimiento será, como mínimo, muy difícil o cuasi imposible de consumar.
También es típico y tópico que los políticos justifiquen el incumplimiento de sus promesas apelando a la herencia recibida o a factores externos. Aunque en algunos casos estas explicaciones puedan tener algo de fundamento, su reiteración acaba sonando la excusa. Lo que percibe el ciudadano es que nadie asume responsabilidades y que las promesas se hacen sin un verdadero compromiso de ejecución. Son torpes y expertos enredadores.








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