Jueves, 16 de Octubre de 2025

Isla de La Gomera
Viernes, 05 de Mayo de 2017

La Emigración Gomera Al Sur De Tenerife (1960-1975)

A partir de 1960-1975, la disminución de la población en la isla continuaba de una manera escandalosamente ascendente. ¿A dónde iban? La isla de Tenerife nos podría dar la respuesta. La periferia de Santa Cruz se pobló de estos paisanos, de tal manera que muchos de los vecinos de la capital tinerfeña son gomeros.

La otra zona donde la emigración gomera hizo acto de presen­cia -la más sacrificada- fue el Sur de Tenerife. Casi todos eran agricultores. Los pueblos gomeros se vaciaban escandalosamen­te, las casas se cerraban y con el tiempo se iban destruyendo, los terrenos se abandonaban; este sector primario desaparecía, la ganadería se convertía en algo testimonial. Igual pasaba con la pesca.

 

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La mayoría de los pueblos del Sur de Tenerife fueron "fundados" por gomeros, engrandeciendo con su esfuerzo aquellas zo­nas. Salían masivamente por el puerto de San Sebastián rumbo a las playas del Sur de Tenerife en pequeños barcos, poco apro­piados para el transporte de personas, llevando consigo a toda la familia, sus pocos enseres y animales domésticos. E ran desem­barcados de cualquier manera, recogidos en un camión y "aloja­dos'' en barracones que ya estaban ocupados por otros visitantes no deseados: pulgas, ratones, piojos y chinches entre otros y, al siguiente día, y sin tiempo para reponerse tenían que dirigirse al surco, lloviera, tronara o relampagueara.


-¿De dónde eres? -le preguntó a una señora que tuvo que emi­grar en los años de la miseria.


-Yo soy de un pueblito del norte de La Gomera. Vino un se­ñor contratando al que se quería venir para acá; no nos lo pensa­mos dos veces, éramos tres hermanas y yo era la del medio, tenía como trece años, ya me habían quitado de la escuela por que ya sabía leer y escribir. Mi madre nos levantó a las tres de la maña­na nos dio un poco de café y nos metieron en un camión con un poco de cosas. Llegamos a la villa como a las cinco y media, el frío nos había "entumido" los dedos. En el muelle permanecimos todo el tiempo con un fuerte solajero y sin comer. El barco, nos dijeron, salía a las nueve de la mañana y todavía eran las tres de la tarde, como a las cuatro nos metieron en la falúa, éramos más de veinte personas aunque el barco sólo estaba autorizado para ocho. Eran los que iban en la cubierta. Junto con las cosas nos metieron en la bodega y nos taparon con el encerado para que no nos vieran. Salimos a las cinco, yo no sé cuanto tardamos pero sé que estuve mareando mucho, aunque no tenía nada que echar. Cuando llegamos a Alcalá había mal tiempo y el barco no podía atracar en aquel fisco de muelle y el patrón no quería volver para La Gomera. Allí, en el muelle, estaba un camión con el encarga­do de la finca. Finalmente nos sacaron pa' tierra en medio bidón que lo "jalaba" una grúa de mano. Ya en tierra, me tuvieron que agarrar, estaba desfallecida, sólo un poco de café amargo a las tres de la mañana.


Prosigue esta señora con gesto iracundo: "tardamos más de dos horas en llegar a un sitio que llamaban Los Frailes. Media docena de casas y. un poco más apartado, una hilera de "viviendas" para nosotras, la mayoría éramos mujeres. Nos dejaron en aquella ca­lle de tierra y sin luz ni saneamiento, me tuvieron que sentar ya que mi frágil cuerpo no podía resistir más. Yo no sé que fue lo que hicieron mis hermanas, creo que se fueron a la casa designa­da. Entonces se acercó una señora que no conocía y me dio una taza de agua de hortelana, listaba calentita y aquello me reanimó un poco, era hambre lo que tenía. Al siguiente día, sin haber po­dido desayunar y a los claros del día, al surco. Los surcos estaban enfangados, recién regados y no teníamos calzado apropiado. A mí no me daban trabajo porque era chica y enclenque, no porque fuera chica, sino que yo no les servía ya que, según ellos, no podía con una caja de tomates; yo que estoy trabajando como una burra desde ante de nacer.


-¡Si alguien me la carga a la cabeza -prosigue esta señora- yo la llevo! ¡Claro que podía! Una manta de hierba verde desde el fondo del barranco en La Gomera pesa más que una caja de toma­tes. Me dejaron. Una de mis hermanas se quedó para hacer algo de comer para el almuerzo. Y una advertencia del encargado: "A la que agarre comiéndose un tomate se vuelve pa' La Gomera". Tampoco había donde hacer sus necesidades. Donde vivíamos había un excusado para veinte casas, imagínese usted la vergüenza que pasábamos y, cuando soltábamos, nos arreglábamos un poco, comíamos algo y con la misma a trabajar por la noche en el em­paquetado. Regresábamos a las tres o a las cuatro de la madruga­da para descansar un poco. Cuando la época de zafra estaba en su apogeo, salíamos del taller p'al surco otra vez. Así un día y otro día, yo me dormía agarrando tomates. ¡Y como yo muchas más!


Hoy esta señora tiene una preciosa hija que cursa sus estudios en la Universidad.


-Cuando terminaba la zafra, algunas familias regresaban a La Gomera -prosigue mi entrevistada-, otras se fueron quedando, comprando algunos terrenos y haciendo sus casas y trabajando en lo que fuera, sobre todo en la construcción; y así una familia, y otra y otra. Muchas se quedaron a vivir definitivamente en el Sur. Y así un pueblo, y otro y otro. Ahí están.

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Cientos de miles de metros cuadrados de terreno baldío fueron acondicionados para la producción; miles de toneladas, funda­mentalmente de tomates, fueron producidos por estos gomeros para la exportación, muchas fortunas se hicieron a costa de nues­tros paisanos.


Algunas navieras vieron la posibilidad de incrementar su plus­valía y las presiones no se hicieron esperar; el ir y venir de gome­ros bien valía la pena. Tomaron corno referencia el puerto de Los Cristianos y lo que en principio era un desembarcadero de pesca­dores de la zona es dotado de un incipiente muelle. Me recuerdo aquellos esporádicos viajes que efectuaba el Alcora a Playa de San Juan o Alcalá, propiedad de Juan Padrón Saavedra, que en su momento fue enjuiciado y condenado -entre otros- por haber participado activamente en el traslado clandestino de los viajeros de El Telémaco. La compañía Alisur se deja ver en estos viajes La Gomera-Los Cristianos; los famosos "Santas", algo más cómodos, hacen su aparición y así hasta la actualidad, al amparo de la prosperidad económica. Empresas canarias, peninsulares y extranjeras hicieron su agosto, en los momentos de mayor penuria, a costa de esa mano de obra barata gomera.

 

Extraído del libro de Ángel Suárez Padilla El Telémaco, el último viaje.

 

 

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