Domingo, 19 de Octubre de 2025

Sábado, 13 de Mayo de 2017

El Convento De San Pedro Apóstol En Hermigua

El 18 de marzo de 1611, viernes, se concedió la licencia de fundación del convento de San Pedro Apóstol de Hermigua, de la orden de Santo Domingo, por parte del provisor y visitador de las islas de La Gomera y El Hierro, Roque Merino, ante el notario Juan Delgado Salazar.

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Para ello, se les cedió a los frailes la homónima ermita levantada en el pequeño promontorio así como todas las alhajas, papeles y demás conservados en la misma. De esta manera, a las ocho de la mañana de ese mismo día, fray Zenón de Clavijo y fray Antonio del Espíritu Santo, hijo del convento de Santo Domingo de San Cristóbal de La Laguna, tomaron posesión de dicha ermita, estableciéndose, de esta manera, la comunidad dominica en La Gomera. De superior del convento estuvo fray Zenón hasta el año 1648, cuando fue elevado el cenobio a priorato, siendo su primer prior fray Tomás Rodríguez, quien vino de La Laguna.
 
En un primer momento los frailes apenas contaron con las rentas dispuestas sobre la ermita y la caridad de los vecinos para sobrevivir. El convento, en esta primera etapa, podríamos decir que estaba formado por la pequeña construcción y una casita que perteneció a Ana Luis, conocida como la Tornera, hija del panadero Francisco Luis. En su testamento señala la donación al convento de una suerte de morales de su propiedad cerca del barranco del Agua, que lindaban con la calle que daba al convento, a cambio de una serie de misas perpetuas en su memoria el día de la octava de Nuestra Señora del Rosario y otra a Nuestra Señora de la Luz -imagen hoy desaparecida pero que recibió culto en la iglesia de la Encarnación-.
 
Poco a poco el convento fue recibiendo nuevas donaciones y ampliando su patrimonio mediante tributos y capellanías, lo que hizo que se pudiera ampliar el espacio no sólo religioso, es decir, la iglesia; sino también las propias dependencias conventuales. Quizá la más importante, en estos momentos, fuese la institución de capellanía y donación de tierras de Baltasar de Valladolid, vecino de la provincia del Realejo en Nicaragua, en las Indias, aunque natural de Hermigua, en 1644. En el codicilo conservador en el Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife, hace donación irrevocable al convento de unas tierras de sembrar, cerca de morales, molino y granero, que le pertenecía por herencia de sus padres y que compartía, a medias, con su hermano Gaspar. Esto es interesante, puesto que las tierras donadas lindarían con las de Ana Luis y estarían cerca de la calle que va al convento, así como un molino a los pies de éste. Por tanto, estamos hablando de las tierras sobre las que hoy se encuentra dicho convento.
 

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Aledaña a la iglesia de Santo Domingo de Guzmán, encontramos una edificación de dos plantas que corresponde a las celdas, refectorio y claustro del convento. Actualmente pertenecen a viviendas particulares, pero otrora fueron la parte menos visible de la vida conventual. El origen de este espacio hay que buscarlo, nuevamente, en la donación de unas tierras. Ana Luis, viuda de Gaspar de Valladolid -hermano de Baltasar, quien había entregado las posesiones donde se asienta la iglesia- donó unas tierras para que se construyeran unas celdas en las que hablan de vivir los frailes Alonso de Castilla y Fr. Tomás Coronado. Cedió además unas posesiones que podrá ha ver tres almudes de tierra de sembradura poco más o menos para hacer el claustro de dicho convento por los linderos de la banda de la acequia del agua y la calle que viene al dicho Convento que cae sobre un molino que fue de Francisco Luis Tornero. Recordemos que Ana Luis había donado una casa donde se establecieron los frailes fundadores en 1611, por lo que probablemente fuese esa casa la que se amplió con una nueva dotación de tierras para la construcción de las celdas. En su codicilo señala que estas celdas debían tener treinta y seis pies. Debido a la difícil orografía del terreno, el espacio privado lo conforman dos pisos de celdas junto con un claustro que, en realidad, no termina de ser cuadrado, como es usual, sino que su disposición recuerda más a un pasillo corrido que a un claustro en donde se repartían las diferentes dependencias. Aún se conservan las columnas de madera que sujetan los pies derechos del claustro, así como las celdas, hoy transformadas en dormitorios, pero que conservan el espacio y los pares en su techumbre. Las medidas de las mismas son de 3 metros de ancho por 3,5 metros de largo. Bien es cierto que tampoco fue un convento que contase con gran número de frailes, por lo que no hacía falta una gran cantidad de celdas para alojarlos. Lo significativo, a nivel patrimonial de este espacio, es que aún conserva un arco de medio punto de cantería a la entrada de las dependencias conventuales, similar a las portadas de la iglesia, por lo que es probable que se levantase al mismo tiempo, es decir, en esa reforma de finales del siglo XVIII. Estamos pues, ante las soluciones más sencillas de todo del convento, pero no por ello son menos importantes, pues fueron el lugar donde hicieron su vida y educaron a los habitantes del norte de la isla de La Gomera durante más de doscientos años.
 
En 1820 se promulgó un decreto por el que se suprimieron todas las órdenes monacales. Este fue el fin del convento dominico de San Pedro Apóstol de Hermigua. Su último prior fue fray Antonio de Padilla, quién cerró finalmente sus puertas en 1821. Los frailes se fueron para siempre de La Gomera hace ya 190 años. Por otro lado, aunque desapareció el convento como tal, quedó su iglesia y sus dependencias. Ese mismo año, el Ayuntamiento Constitucional de Hermigua solicitó al obispado que el antiguo convento de Hermigua se convirtiese en ayuda de la parroquia de la Encarnación, expediente que no contó con la aprobación necesaria, pero que nos habla de un intento por salvar al templo de la desidia y la cerrazón definitiva.
 
Pablo Jerez Sabater (Historiador del Arte). Del libro El Convento de Hermigua: 400 años de arte, historia y devoción (1611-2011). 2011

 

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