Grabados rupestres y territorio
Los grabados rupestres de nuestros antepasados gomeros
Las estaciones de grabados en La Gomera muestran, a primera vista, una notable concentración en la vertiente meridional, igual que sucede en la vecina isla de Tenerife. Este hecho coincide con que esta parte de la isla reúne unas mejores condiciones para la vida de las comunidades aborígenes y, por tanto, contiene una densidad de asentamientos humanos muy superior que la vertiente opuesta.
Las estaciones estudiadas hasta el momento son 144, aunque poseemos información parcial o referencias de otras más que no incluimos aquí. De la cifra citada, no vamos a computar 9 a efectos de su ubicación en el territorio, bien porque son bloques embutidos en muros, que fueron desplazados de su sitio originario o por otras razones que hacen dudar de su localización inicial. Nos quedaríamos pues con 135 estaciones.
De ellas, la unidad geomorfológica de acogida (UGA) más frecuente es la "lomada", término que en el sur de la isla designa a los característicos interfluvios en rampa de esta vertiente, mientras que en el norte alude a un lomo grande (J. Perera, 2005, T.I: Vol: 139). Si consideramos dentro de las lomadas algunos llanos elevados o mesetas, sumaría el 36% de la casuística estudiada.
Los "lomos" son interfluvios estrechos y alargados que separan don barrancos o cañadas, que en ocasiones y dependiendo de su estrechez pueden convertirse en "rabo" o "angosto", según la denominación local. Suponen el 35,5% de las UGA de los yacimientos analizados; y ambos tipos -lomadas y lomos- concentran el 71,5% de los grabados vistos', si bien hay que señalar que el porcentaje sería mayor si sólo tuviéramos en cuenta los grabados prehistóricos.
Las laderas no habían destacado hasta ahora como accidentes susceptibles de contener este tipo de yacimientos y, sin embargo, son el 16,3%, porcentaje que en principio pudiera parecer demasiado elevado respecto al total de estaciones. Esta circunstancia viene de la mano de que la mayor parte de las estaciones localizadas en laderas contienen grabados de carácter histórico. Dichas estaciones se vinculan con caminos, paredes de coladas y sobre todo, pequeños roques y resaltes que en la pendiente pueden adquirir una altura inusitada, tal como de una lomada o un lomo. Pueden constituir un pequeño roquedo sobresaliente o estar muchas veces a ras del suelo.
También suelen acoger gran cantidad de grabados (22%) los roquitos y "cabezos", término por el que se denomina a los pequeños promontorios rocosos -a veces también se denomina así a los promontorios de tierra- que no llegan a tener el desarrollo en altura de los roques (J. Perera, 2005, T.L Vol.I: 139). Estas formaciones son frecuentes en los bordes y, sobre todo, en la cabecera de las lomadas y lomos.
En tercer lugar se encuentran los bloques exentos y sueltos, que alcanzan el 15,9% del total. Este porcentaje está sobredimensionado porque originariamente muchos de ellos formarían parte de estaciones inmuebles. Suelen ser partes desprendidas de afloramientos rocosos o de roques, que en algunas ocasiones, una vez grabados han sido desplazados intencionadamente desde sus lugares originales para incorporarlos a construcciones antiguas o modernas, o bien han sido grabados una vez desplazados. Este es el caso de las estaciones asociadas a yacimientos de clara significación mágico-religiosa. Hay grabados que se relacionan con "aras de sacrificio" (construcciones tumulares usadas para incinerar animales, situadas en puntos elevados), compartiendo el mismo espacio en la cima de la montaña, como ocurre en El Garajonay o El Lomo del Piquillo; o están por debajo de las aras, en una degollada por donde pasa el camino de acceso, como sucede con la estación de El Cerrillal junto al conjunto de aras de Ajojar (Vallehermoso) y otros lugares. Estas combinaciones no superan en la Isla la media docena y por el momento no podemos confirmar la existencia de un patrón al respecto.
Anteriormente se ha comentado la existencia de estaciones de grabados rupestres en las laderas, pues bien, muchas veces estos hitos testimoniales que se encuentran en laderas, interfluvios o fondos de barranco son tramos de "taparucha" (dique volcánico) que, por la erosión, han quedado en resalte desprovistos de los materiales que normalmente las cubren. Las caras planas y la superficie tersa de este tipo de rasgo topográfico, muy habitual en el paisaje gomero, las convierten en parapetos y abrigos naturales que en muchas ocasiones fueron elegidos como soporte para grabados. Estadísticamente, las "taparuchas" en ladera constituyen como soporte un 14.6% del total de estaciones.
En quinto lugar, destaca las paredes o escarpes de coladas en lo que en la isla se denomina el "andén primero", y que hace mención a la cornisa -o pared de colada- que en numerosas ocasiones aparece inmediatamente por debajo de una cuna de lomo o lomada. La protección de las paredes verticales, el acceso fácil y rápido a las cimas amesetadas y la formación de cuevas, repisas y recodos susceptibles de ser aprovechados en numerosas utilidades, hacen que estos espacios contengan muchos yacimientos arqueológicos, entre ellos, grabados rupestres, que constituyen el 13,9%.
En sexto lugar, también contienen grabados algunos espigones (4,2%), varios de los cuales suelen encontrarse dominando las divisorias de barrancos o "juntas".
Por último se encuentran los grabados en cuevas (2,8%), en planchas de tosca (1,4%) y en un roque (0,7%).
Para nosotros está claro que aquí y en otros lugares la diversidad de soportes se produjo por la combinación de dos factores condicionantes, dependientes entre sí:
a) unos criterios de ubicación preferencial para las estaciones de grabados, que tienen que ver con las razones que en cada caso motivaron que se grabara.
b) unas ofertas concretas de piedras con diferente grado de aptitud para servir de soporte al grabado.
En consecuencia y, pese a que parezca superfluo decirlo, no está de más recordar que, aunque un lugar reúna las condiciones más idóneas para albergar una estación, si allí no hay buenas rocas para grabar, evidentemente no se hizo; y la piedra de mejor calidad para grabar no se usó si estaba en un ambiente poco o nada sugerente para hacerlo. Cabe preguntarse si las condiciones del lugar primaron sobre las características de la roca o a la inversa, pero probablemente no haya una respuesta global, válida para todos los casos. Incluso, si pudiéramos establecer cortes temporales claros para los grabados gomeros, a lo mejor descubriríamos que el orden de prioridades pudo ser diferente en épocas distintas. Tanto en lo que se refiere a las condiciones topográficas, económicas y culturales de los lugares escogidos; como a las calidades de las rocas para ser grabadas. Puede que los más antiguos tiendan a ocupar siempre sitios concretos, mientras que los manifiestamente recientes aparezcan de manera más indiscriminada, situados en unos sitios u otros casi sólo debido a la oportunidad. Y aunque todavía no estamos en disposición de sistematizar estas cuestiones, ya se han apuntado algunos rasgos que van siendo evidentes al respecto, como el de la ocupación de las laderas por testimonios más recientes.
Juan Francisco Navarro Mederos y Juan Carlos Hernández Marrero (arqueólogos)
Las estaciones estudiadas hasta el momento son 144, aunque poseemos información parcial o referencias de otras más que no incluimos aquí. De la cifra citada, no vamos a computar 9 a efectos de su ubicación en el territorio, bien porque son bloques embutidos en muros, que fueron desplazados de su sitio originario o por otras razones que hacen dudar de su localización inicial. Nos quedaríamos pues con 135 estaciones.
De ellas, la unidad geomorfológica de acogida (UGA) más frecuente es la "lomada", término que en el sur de la isla designa a los característicos interfluvios en rampa de esta vertiente, mientras que en el norte alude a un lomo grande (J. Perera, 2005, T.I: Vol: 139). Si consideramos dentro de las lomadas algunos llanos elevados o mesetas, sumaría el 36% de la casuística estudiada.
Los "lomos" son interfluvios estrechos y alargados que separan don barrancos o cañadas, que en ocasiones y dependiendo de su estrechez pueden convertirse en "rabo" o "angosto", según la denominación local. Suponen el 35,5% de las UGA de los yacimientos analizados; y ambos tipos -lomadas y lomos- concentran el 71,5% de los grabados vistos', si bien hay que señalar que el porcentaje sería mayor si sólo tuviéramos en cuenta los grabados prehistóricos.
Las laderas no habían destacado hasta ahora como accidentes susceptibles de contener este tipo de yacimientos y, sin embargo, son el 16,3%, porcentaje que en principio pudiera parecer demasiado elevado respecto al total de estaciones. Esta circunstancia viene de la mano de que la mayor parte de las estaciones localizadas en laderas contienen grabados de carácter histórico. Dichas estaciones se vinculan con caminos, paredes de coladas y sobre todo, pequeños roques y resaltes que en la pendiente pueden adquirir una altura inusitada, tal como de una lomada o un lomo. Pueden constituir un pequeño roquedo sobresaliente o estar muchas veces a ras del suelo.
También suelen acoger gran cantidad de grabados (22%) los roquitos y "cabezos", término por el que se denomina a los pequeños promontorios rocosos -a veces también se denomina así a los promontorios de tierra- que no llegan a tener el desarrollo en altura de los roques (J. Perera, 2005, T.L Vol.I: 139). Estas formaciones son frecuentes en los bordes y, sobre todo, en la cabecera de las lomadas y lomos.
En tercer lugar se encuentran los bloques exentos y sueltos, que alcanzan el 15,9% del total. Este porcentaje está sobredimensionado porque originariamente muchos de ellos formarían parte de estaciones inmuebles. Suelen ser partes desprendidas de afloramientos rocosos o de roques, que en algunas ocasiones, una vez grabados han sido desplazados intencionadamente desde sus lugares originales para incorporarlos a construcciones antiguas o modernas, o bien han sido grabados una vez desplazados. Este es el caso de las estaciones asociadas a yacimientos de clara significación mágico-religiosa. Hay grabados que se relacionan con "aras de sacrificio" (construcciones tumulares usadas para incinerar animales, situadas en puntos elevados), compartiendo el mismo espacio en la cima de la montaña, como ocurre en El Garajonay o El Lomo del Piquillo; o están por debajo de las aras, en una degollada por donde pasa el camino de acceso, como sucede con la estación de El Cerrillal junto al conjunto de aras de Ajojar (Vallehermoso) y otros lugares. Estas combinaciones no superan en la Isla la media docena y por el momento no podemos confirmar la existencia de un patrón al respecto.
Anteriormente se ha comentado la existencia de estaciones de grabados rupestres en las laderas, pues bien, muchas veces estos hitos testimoniales que se encuentran en laderas, interfluvios o fondos de barranco son tramos de "taparucha" (dique volcánico) que, por la erosión, han quedado en resalte desprovistos de los materiales que normalmente las cubren. Las caras planas y la superficie tersa de este tipo de rasgo topográfico, muy habitual en el paisaje gomero, las convierten en parapetos y abrigos naturales que en muchas ocasiones fueron elegidos como soporte para grabados. Estadísticamente, las "taparuchas" en ladera constituyen como soporte un 14.6% del total de estaciones.
En quinto lugar, destaca las paredes o escarpes de coladas en lo que en la isla se denomina el "andén primero", y que hace mención a la cornisa -o pared de colada- que en numerosas ocasiones aparece inmediatamente por debajo de una cuna de lomo o lomada. La protección de las paredes verticales, el acceso fácil y rápido a las cimas amesetadas y la formación de cuevas, repisas y recodos susceptibles de ser aprovechados en numerosas utilidades, hacen que estos espacios contengan muchos yacimientos arqueológicos, entre ellos, grabados rupestres, que constituyen el 13,9%.
En sexto lugar, también contienen grabados algunos espigones (4,2%), varios de los cuales suelen encontrarse dominando las divisorias de barrancos o "juntas".
Por último se encuentran los grabados en cuevas (2,8%), en planchas de tosca (1,4%) y en un roque (0,7%).
Para nosotros está claro que aquí y en otros lugares la diversidad de soportes se produjo por la combinación de dos factores condicionantes, dependientes entre sí:
a) unos criterios de ubicación preferencial para las estaciones de grabados, que tienen que ver con las razones que en cada caso motivaron que se grabara.
b) unas ofertas concretas de piedras con diferente grado de aptitud para servir de soporte al grabado.
En consecuencia y, pese a que parezca superfluo decirlo, no está de más recordar que, aunque un lugar reúna las condiciones más idóneas para albergar una estación, si allí no hay buenas rocas para grabar, evidentemente no se hizo; y la piedra de mejor calidad para grabar no se usó si estaba en un ambiente poco o nada sugerente para hacerlo. Cabe preguntarse si las condiciones del lugar primaron sobre las características de la roca o a la inversa, pero probablemente no haya una respuesta global, válida para todos los casos. Incluso, si pudiéramos establecer cortes temporales claros para los grabados gomeros, a lo mejor descubriríamos que el orden de prioridades pudo ser diferente en épocas distintas. Tanto en lo que se refiere a las condiciones topográficas, económicas y culturales de los lugares escogidos; como a las calidades de las rocas para ser grabadas. Puede que los más antiguos tiendan a ocupar siempre sitios concretos, mientras que los manifiestamente recientes aparezcan de manera más indiscriminada, situados en unos sitios u otros casi sólo debido a la oportunidad. Y aunque todavía no estamos en disposición de sistematizar estas cuestiones, ya se han apuntado algunos rasgos que van siendo evidentes al respecto, como el de la ocupación de las laderas por testimonios más recientes.
Juan Francisco Navarro Mederos y Juan Carlos Hernández Marrero (arqueólogos)









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