La fiesta...

No es nada diferente a lo que ocurre cada día en muchas ciudades del mundo. Pero una cosa es saberlo y otra verlo. Y como comentábamos mi compañero y yo, hay gente que entra en esa dinámica, y prefiere incluso estar así, antes de ir a algún sitio a que le den comida. Créanme que es así. Pero la imagen duele. Duele porque le pones cara a la miseria de la persona. Revolviendo en un cubo de basura comer...con fruición y ganas.

Y todo esto me lleva a pensar que, siguen sin cuadrarme las cuentas. Llamas para reservar mesa en un restaurante y no hay mesa, buscas un billete de avión (caros como el demonio) y no hay. Miras para ir a un hotel o un Spa y no hay, a pesar de los precios absolutamente escandalosos. La gente sale y paga copas a precios de oro, y en los supermercados, los carros siguen saliendo llenos.

Pero supuestamente los precios nos están comiendo, no hay dinero y lo estamos pasando mal. ¿Quién lo está pasando mal...? Creo que estamos de fiesta. En medio de la fiesta. Estamos abriendo botellas y brindando al ritmo de la orquesta. Y no vemos le final del baile. Me dijo esta semana, un amigo banquero, que no dan avío con las tarjetas de crédito “quemadas”.

Que incluso les deba vergüenza llamar a clientes de “supuesto” alto poder adquisitivo para que pagasen un mes o dos. Y los usureros prestamistas, me dicen, poniéndose las botas. No sé como va a acabar esto. Allá por el mes de febrero, cuando pase el jolgorio, hablamos. Pero veo sangre, sudor y lágrimas en el horizonte. Me llamarán gafe, negro y cenizo, pero es que la fiesta, se va a terminar, y la vamos a acabar pagando todos...o más bien, unos cuantos.