Agulo, me encantas
Agulo es uno de esos pueblos con encanto. Unos años atrás, como cualquier joven con ganas de vivir experiencias y conocer mundo, me aburría, no lo voy a negar. Lo cierto es que no ofrece mucha diversión, ni muchos recursos para que los más jóvenes se sientan atraídos por quedarse a vivir en él, y, en la mayoría de los casos, se hace necesario irse para buscar un futuro mejor.
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Pero, como todo en la vida son etapas, ahora, con unos poquitos de años más ( no muchos ja,ja) me encanta Agulo. Siempre me ha encantado, ¡qué conste!, siempre he dicho de dónde vengo y de dónde soy, y muy orgullosa que me siento.
El tiempo te enseña a valorar los pequeños detalles y Agulo esta lleno de eso, de pequeños detalles que lo hacen grande. En cuanto a su gente, hay de todo, al igual que en aspectos más físicos; todo mejorable, pero nada ni nadie somos perfectos.
Lo cierto es que en vistas no hay quien nos iguale. Invito a todo aquel que no ha tenido el placer de ver una amanecer en Agulo, que un día madrugue y vea como el sol, desde la isla vecina, con sus majestuosos rallos, nos brinda un inicio de día capaz de dejar embelesado a cualquiera. A mi, personalmente, me encanta sentarme en la azotea de mi casa, mirar a mi alrededor y sentir la tranquilidad y la calma que se respira en Agulo, en sus calles y en sus gentes; me encanta levantarme por las mañanas y mirar hacia al mar, siempre con el Teide de fondo. Me encanta sentir el olor a “comida por los callejones”, esos olores que me trasladan a mi niñez y que me recalcan, una vez más, la ausencia de mis abuelitos. Me encanta, sin duda alguna, que mi familia me invite a tomar un café y lo acompañen con un buen rosquete de manteca hecho en Agulo; los mejores del mundo.
Me encanta ver la nobleza de sus niños, su unión, sus manos siempre abiertas para jugar con todos los que llegan nuevos y con los que ya están ahí; ahora que soy madre, me fijo y le doy mucho valor a eso, les aseguro que es un gozo ver el cariño con que los niños del pueblo abrazan a mi hijo.
Sus mayores, qué puedo decir de ellos. Me duele el pecho cuando siento tantas y tantas ausencias, tantas puertas cerradas, tantas casas vacías
Pero, los que somos de allí, sabemos que en cada rincón del pueblo hay un banco, una puerta, una anécdota de todos y cada unos de los que ya no están. Desde el banco en la avenida donde se sentaban María Julia y Teresa, pasando por la puerta de Julia, el ruido de la moto de Periquín, los gritos de Enrique, los paseos de Manola y Anadelia en la plaza, mi tío Rosita y Heriberto sentados en la ventana de mi primo, pasando por la azotea de mis abuelos, asomados viendo pasar la procesión, Margarita sentada en su azotea con Esteban, Manuel Cabello y todos sus amigos sentados en el Calvario
Tantos y tantos, que, como digo, no se han ido, porque siguen en nuestros corazones, en cada rincón de Agulo.
Sus barrios periféricos: La Palmita, Las Rosas y Lepe son el complemento perfecto de vistas, naturaleza y paz. Cada uno de ellos tiene su encanto y ninguno es más ni menos que el otro, así lo siento yo, que tengo mi mitad de Las Rosas y de la que también me siento muy muy orgullosa. Cada uno de ellos, también, con sus historias; en especial, de sus buenas habilidades para hacernos sentir el buen sonido de sus chácaras y tambores, como mi querido abuelo Ramón, entre otros muchos.
En los tiempos que corren hoy en día, parece que lo sencillo no se valora, que todo tiene que ser ciudad, tecnología, egocentrismo, etc. Créanme, despertar todos los días sintiendo la calma y tranquilidad que hay en Agulo, también es un verdadero lujo que pocos sabemos apreciar y que todos tenemos a nuestra alcance.
Dévora Conrado
Pero, como todo en la vida son etapas, ahora, con unos poquitos de años más ( no muchos ja,ja) me encanta Agulo. Siempre me ha encantado, ¡qué conste!, siempre he dicho de dónde vengo y de dónde soy, y muy orgullosa que me siento.
El tiempo te enseña a valorar los pequeños detalles y Agulo esta lleno de eso, de pequeños detalles que lo hacen grande. En cuanto a su gente, hay de todo, al igual que en aspectos más físicos; todo mejorable, pero nada ni nadie somos perfectos.
Lo cierto es que en vistas no hay quien nos iguale. Invito a todo aquel que no ha tenido el placer de ver una amanecer en Agulo, que un día madrugue y vea como el sol, desde la isla vecina, con sus majestuosos rallos, nos brinda un inicio de día capaz de dejar embelesado a cualquiera. A mi, personalmente, me encanta sentarme en la azotea de mi casa, mirar a mi alrededor y sentir la tranquilidad y la calma que se respira en Agulo, en sus calles y en sus gentes; me encanta levantarme por las mañanas y mirar hacia al mar, siempre con el Teide de fondo. Me encanta sentir el olor a “comida por los callejones”, esos olores que me trasladan a mi niñez y que me recalcan, una vez más, la ausencia de mis abuelitos. Me encanta, sin duda alguna, que mi familia me invite a tomar un café y lo acompañen con un buen rosquete de manteca hecho en Agulo; los mejores del mundo.
Me encanta ver la nobleza de sus niños, su unión, sus manos siempre abiertas para jugar con todos los que llegan nuevos y con los que ya están ahí; ahora que soy madre, me fijo y le doy mucho valor a eso, les aseguro que es un gozo ver el cariño con que los niños del pueblo abrazan a mi hijo.
Sus mayores, qué puedo decir de ellos. Me duele el pecho cuando siento tantas y tantas ausencias, tantas puertas cerradas, tantas casas vacías
Pero, los que somos de allí, sabemos que en cada rincón del pueblo hay un banco, una puerta, una anécdota de todos y cada unos de los que ya no están. Desde el banco en la avenida donde se sentaban María Julia y Teresa, pasando por la puerta de Julia, el ruido de la moto de Periquín, los gritos de Enrique, los paseos de Manola y Anadelia en la plaza, mi tío Rosita y Heriberto sentados en la ventana de mi primo, pasando por la azotea de mis abuelos, asomados viendo pasar la procesión, Margarita sentada en su azotea con Esteban, Manuel Cabello y todos sus amigos sentados en el Calvario
Tantos y tantos, que, como digo, no se han ido, porque siguen en nuestros corazones, en cada rincón de Agulo.
Sus barrios periféricos: La Palmita, Las Rosas y Lepe son el complemento perfecto de vistas, naturaleza y paz. Cada uno de ellos tiene su encanto y ninguno es más ni menos que el otro, así lo siento yo, que tengo mi mitad de Las Rosas y de la que también me siento muy muy orgullosa. Cada uno de ellos, también, con sus historias; en especial, de sus buenas habilidades para hacernos sentir el buen sonido de sus chácaras y tambores, como mi querido abuelo Ramón, entre otros muchos.
En los tiempos que corren hoy en día, parece que lo sencillo no se valora, que todo tiene que ser ciudad, tecnología, egocentrismo, etc. Créanme, despertar todos los días sintiendo la calma y tranquilidad que hay en Agulo, también es un verdadero lujo que pocos sabemos apreciar y que todos tenemos a nuestra alcance.
Dévora Conrado
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